junio 27, 2010

HAZAÑA DE MANCHA Y GATO


El 24 de abril de 1925 se inició en Buenos Aires una de las travesías más famosas del siglo. Dos caballos criollos, Mancha y Gato, guiados por el profesor suizo Aimé Tschiffelly recorrieron los 21500 Km que separan a la ciudad de Buenos Aires de Nueva York y conquistaron el récord mundial de distancia y altura, al alcanzar 5900 msnm en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata (Bolivia). El viaje se desarrolló en 504 etapas con un promedio de 46,2 Km por día.

Hoy estan embalsamados los dos juntos en un museo, trotando por otros cielos.

ROMANCE DE GATO Y MANCHA de Cacho Rodríguez


Pido a los santos del cielo
y a las musas de la tierra,
su ayuda en este momento
en que pulso el instrumento
para sacar del olvido
el recuerdo enternecido
de una hazaña portentosa.
Auxilien mi inspiración,
porque intento en la ocasión
rendir sincero homenaje
a un hombre, por su coraje,
y a sus fieles compañeros:
dos caballos, “GATO” y “MANCHA”.
El hombre era un gringo loco
que se le puso en el coco
allá por los años veinte,
la idea muy peregrina
de unir a nuestra Argentina
con los Estados Unidos
en un galope tendido.
Tanto anduvo con su idea
que encontró por fin apoyo
pues se topó con un criollo,
don EMILIO SOLANET
que lo tomó muy en serio
y le dio pa’ que eligiera
dos fletes de su tropilla.
Los bichos no eran de silla
sino recién agarraos
y pa’ ponerles recao
lo hicieron dudar al gringo
que con paciencia de indio
tanto y tanto los sobó,
que al final los enriendó
y demostrando su cancha,
los bautizó “GATO” y “MANCHA”
y pa’l Norte los rumbió.
Y un 25 de abril de mil nueve veinticinco
en Buenos Aires tomó
la Rural como partida.
Iba a jugarse la vida
pa’ demostrar, por orgullo,
por amor a los caballos,
el valor, la fortaleza
y el alma del flete criollo.
Dejemos a los amigos
caminando rumbo al Norte.
Detengamos el relato,
hagamos que nos importe,
y pensemos, en un rato,
como serían los lugares
y caminos que emprendían.
Imaginemos entonces
nuestros montes santiagueños
que todavía tenían
lo mejor de sus productos
cobijando en sus reductos
no sólo buena madera,
también eran sementera
de alimentos y manjares
que compensaba al que osare
desafiar a su peligros;
Dando comida y abrigo,
alivios del caminante,
y que sigan adelante
en busca de su destino
abriéndoles el camino
pa’ que cumplan con su hazaña.
Y el santiagueño acompaña
el andar de los amigos.
Todos quieren ser testigos,
participar de algún modo
un trecho aunque más no sea,
entrar en esa pelea
del hombre contra el ambiente
y demostrar que la gente
de este suelo centenario
comprende el abecedario
de la solidaridad,
que brinda hospitalidad
para todos los que llegan
y en esta oportunidad
no pudo haber sido menos,
recibiendo a los viajeros
con todo lo que tuvieron,
y cuando los despidieron
se iban un poco con ellos
aunque sea en pensamiento,
para tener alimento
a sus ganas de camino
porque parece el destino
de todos los santiagueños,
hacer realidad sus sueños
siempre lejos de sus pagos,
pero dejando en Santiago
toda su alma y sus cariños.
Y siguieron rumbo al Norte,
continuando con su marcha
noche a noche, día a día,
en una dura porfía,
sin importarles la escarcha,
el viento, calor o lluvia,
por las sierras de Bolivia
el Ecuador o Perú,
en donde casi se quedan,
pero pasaron la prueba
de aquel desierto infernal
terror de todo animal
y al que creo sin igual
en un lugar de la Tierra
y sus problemas detallo
llamado MATACABALLOS
por su gran temperatura,
más de 50 a la sombra
en caso de que la hubiera,
y era una linda carrera
160 kilómetros.
Si de día era imposible,
en una noche cruzaron
y entonces pronto llegaron
a tierras de Cartagena
en donde a muy duras penas
consiguieron un barquito
que los cruzó despacito
para el lao de Panamá
de donde siguieron viaje:
Costa Rica, Nicaragua,
El Salvador, Guatemala,
lugares donde pasaron
hasta que por fin llegaron
a la América del Norte
y a Méjico arribaron
en medio de algarabías,
mariachis los recibían
y fueron muchos jinetes
que apilándose en sus fletes
acompañaron su andar
hasta verlos penetrar
en las tierras de los gringos
y así, anduvieron los pingos,
tres años y cuatro meses
y de yapa cuatro días,
y fue con gran alegría
que a la Capital llegaron
y en Washington desmontaron
el 29 de Agosto
del novecientos veintiocho
y el gringo quedó tan chocho
que pronto pasó al olvido
lo que había recorrido:
veinticinco mil kilómetros,
toda clase de caminos,
pero fijando el destino
confiando en sus compañeros
sin bajarse del apero
hasta cumplir con la hazaña,
y después de recibir
homenajes merecidos,
volvieron a Buenos Aires
en donde se separaron
rumbos distintos tomaron,
el gringo volvió a sus pagos,
GATO y MANCHA a los halagos
del merecido descanso
en esa vieja querencia
aquella Estancia EL CARDAL
donde irían a pasar
todavía muchos años
visitados por extraños
asombrados por la hazaña,
pero también por el gringo
que extrañaba a los dos pingos
y cada tanto venía
para compartir con ellos
su renombre de escritor,
que alcanzó por el rigor
con el que narró aquel viaje
demostración del coraje
del hombre y del animal,
una hazaña sin igual
todavía no empardada
como la rima buscada
para nombrar, a esta altura,
a aquel gringo de mi cuento;
Que merece un monumento
y es el que le dejo aquí:
Se llamaba TSCHIFFELY (chfelí)
AIME FELIX era el nombre,
y nacido en SUIZA el hombre,
argentino de adopción
y con un gran corazón
que ser gaucho merecía
y así terminó sus días
en la vieja GRAN BRETAÑA,
mientras lejos de su hazaña
y en la Estancia de EL CARDAL
entremedio e’ sus iguales
estaban los animales
esperando su destino
que era tarde cuando vino,
porque demoró un buen rato,
pero al final MANCHA y GATO
también llegaron un día,
como llega mi relato,
recordando en la ocasión
que hoy están en un rincón
del Museo de Luján
expuestos a los que van
a conocer nuestra historia
y rescato su memoria
pensando de que al final
es motivo sin igual
para que el buen argentino
recupere aunque sea parte
del orgullo nacional.
Y de paso con el cuento,
los entretuve un buen rato
y aquí se acaba el relato
en que la historia narré
de un gringo, de MANCHA y GATO

LA TROPILLA DE Darío H. Anasagasti


Como sé andar de resero
tengo tropilla entablada,
la madrina es colorada
y tiene un potrillo ruano.
Bien manchao tengo un tubiano
que ahora poco lo he enfrenado
y que ante ayer lo he probao
galopiando y llegó entero
veinte leguas compañero
hasta el pueblo de Bragao.

Además en la tropilla
tengo un lobuno bragao
un lindo gateao tiznao
ligero en la atropellada
un blanco orejas rosadas,
un oscuro escarciador.
Un tordillo de mi flor,
Pa' correr en el rodeo
y un redomón zaino overo,
pescuecero y sentador.

Un lindo barroso overo,
un bagual picaso pampa,
un pangaré mano blanca,
vivaracho y coscojero,
un bayo blanco estrellero,
un rosillo anca nevada,
un alazán mala-cara,
un colorao retacón
y un doradillo ariscón
muy bellaco en las mañanas.

Y pa' terminar, señores,
el crédito es un tostao,
pingo muy aponderao
marca de las dos argollas,
ha corrido varias pollas
y hasta aúra no le han ganao;
en los boliches que ha andao
dejó mentas de ligero
y aquí está pa' su mandao
el gaucho Carmen Lucero.

PELOS CRIOLLOS-Elias Gordillo

En las potradas de antaño
los pelos eran criollasos,
conocí pampas, picasos
y hasta un overo castaño.
Dende que me jui hace años,
Pa' una estancia en el Pigüé
montao en un yaguané
en busca de una tropilla
de entrepelaos gargantillas
que en ese pago compré.
Era un gateado tiznao
de ancha raya sobre el lomo,
de esos que yo elijo y domo
con los cuartos atigraos.
Pelos que ya están mermaos
por ser de criollas manadas
que con clines encrespadas
vagaban en campo abierto
por el disco del desierto
de la pampa desolada.

Estos cuadros fueron realizados por Emilio Solanet para describir los diversos pelajes de acuerdo a las capas de pelo, a los detalles de pelajes del cuerpo, a las particularidades de la cabeza y la de los miembros del caballo.


Capas que provienen del matiz que cubre todo el cuerpo
1. Blanco Plateado
Mosqueado
Albino
Sabino
Porcelano
Porcelano rosado
Ojos negros

2. Bayo Blanco
Huevo i pato
Amarillo
Naranjado
Encerado
Cebruno
Ruano
Cabos negros
Dorado
Rodado

3. Gateado Claro
Hosco
Pangaré
Rubio
Barcino

4. Cebruno Claro
Oscuro

5. Lobuno Claro
Oscuro

6. Alazán Claro
Tostado
Dorado
Ruano
Rodado

7. Colorado Común
Requemado

8. Doradillo
9. Zaino Colorado
Negro
Pardo

10. Oscuro Común
Renegrido

11. Tordillo Blanco
Negro
Plateado
Rodado
Overo
Mosqueado
Sabino
Zafranado
Rucio

12. Moro Claro
Oscuro

13. Rosillo Blanco
Colorado
Rubio
Ruano
Labrado
Moro
Gateado
Overo
Bayo rosillo

14. Overo Overo negro
Gateado overo
Bayo overo
Lobuno overo
Cebruno overo
Alazán overo
Tostado overo
Zaino overo
Manchado
Overo rosado
Azulejo overo
Tobiano




Nombres provenientes de detalles del cuerpo
Detalles de la cabeza

Galán
Entrepelado
Pangaré
Dorado
Nevado
Mosqueado
Sabino
Porcelano
Salpicado
Aporotado
Lunarejo
Rodado
Atigrado o barcino
Tiznado
Chorreado
Ruano
Raya de mula o raya cruzada
Yaguané
Fajado
Vandeado
Lagarto
Bragado
Marucha mora, riñón, anca mora
Paleta overa, lomo, cuadril, panza blanca, chiquizuela blanca, etc.
Rabicano
Tusado
Revesados y remolinos
Crespo
Tapado
Pelos blancos en la frente
Estrella
Lucero
Corazón
Testerilla
Mascarilla
Lista
Malacara
Pampa
Pico blanco
Picazo
Picazo lucero
Picazo lista
Picazo malacara
Picazo pampa
Picazo testerilla
Picazao mascarilla
Picazo overo
Boca de mula
Gargantilla
Fiador
Zarco
Bigotes




Nombre por las particularidades de los miembros

Calzado
Argel
Maneado
Mediarés
Cruzado
Uno, dos, tres y cuatro blancos (albos)
Principio de calzado
Calzado
Calzado alto
Botas con delantal
Cabos negros
Mano mora, pie moro
Cebrado
Ranillas
Espejuelos

EL DESPIDO- de Osiris Rodriguez Castillos

Secundino Barboza era mi amigo.
Cuando nací, ya estaba de pión en casa;
y dejé de gatiar pa dir prendido
de su modesto chiripá de apala.

Supe ser, de gurí, flor de cargoso.
No tenía prienda que me conformara,
y ái andaba Quindín, qu´era su apodo,
pescándome la luna en las cañadas.

Lo tengo bien patente en el ricuerdo
de la noche´el asalto de la estancia;
fortín de piedras que melló en sus tiempos
mucho malón filoso de l´indiada.

Tata´bía acantonao, pa´defenderse,
su personal de crédito en las casas;
y mama, como encinta de la muerte,
pasiaba un delantal preñao de balas.

Yo dentré a tener miedo, pero en esas,
al rejucilo anaranjao di un arma,
lo ví´ a Quindín Barbosa hecho una fiera,
meta trabuco al lao de mi ventana.

Y el miedo se me jué; m´entró sueñera,
y al bárbaro arrorró de las descargas,
clavé el pico y soñé la noche entera,
que aquel gaucho era´l Angel de la Guarda.

Pasó lerdiando el tiempo, que´s el modo
que tiene de pasar por la campaña,
y en mi amigo hallé un máistro que gustoso
me diba rasquetiando l´inorancia.

M´enseñó a hacer trencitas y retobos,
y enriedao en los tientos y las pláticas,
me dio el secreto ´e la virtud del criollo,
que es ser juerte y sobao, como las guascas.

Y era de comedido y bondadoso...
De recorrer el campo siempre tráiba
p´al "patroncito", un aperiá o un zorro,
o algún pichón de tero o de calandria.

Nunca más viá olvidar la tarde aquella
cuando él jué a racionar la caballada,
y yo, atado al tilín de sus espuelas,
me arrimé a pirichar cómo lidiaba.

Rellenó un imbornal pal doradiyo,
que´ra un diablo importao, orgullo e´tata,
idioso el condenao y decidido
pa´distribuir los dientes y las patas!

Ni me le había arrimao, cuando ví el brillo
de sus ojos salvajes, odio en llamas,
me abrasó la clinera; los colmillos
rajaron como un trapo la distancia.

Sentí un derrumbe y me asombró el padrillo
pataliando en el suelo entre boquiadas,
mientras el puño alzao de Secundino
era un ñudo en la lonja de la guacha.

Y ái tiene, ¿ve?, por eso jué el despido.
El puro había costao su güena plata,
y el hombre no explicó lo sucedido,
porque quedaba mal que lo explicara.

Salió del escritorio como ido...
Ya estaba en el palenque´l malacara
y se puso a ensillarlo dispacito,
como quien gusta revisar las garras...

Dispués armó un cigarro; en rudo mimo
me palmió la cabeza; la mirada
se l´enllenó de estrellas... Dio un suspiro,
y se secó la frente con la manga.

Ganao por un apuro repentino,
hizo caracoliar al malacara,
y agarró por la güeya al trotecito...
Yo, recién compriendí lo que pasaba,
y no sabía qué hacer ¡era tan chico!

La pena m´hizo un ñudo en la garganta
que redepente desaté en un grito;
el sol voltió a mi lao la sombra e´tata:
¡Se va, tatita, se me va´l amigo!
¿Quién va´pescar mi luna en las cañadas,
cuando el viento cerrero traiga arisco
sus tropillas de miedo hasta mi almohada?

Y desfleque el chilcal los alaridos
del lobizón, y tiemble la perrada.
No va´star el trabuco´e Secundino
como un sol de coraje en mi ventana.

Jué pa´salvarme que mató al padrillo!
me jué a morder y el l´abajó la guacha!
Como él dijo dispués: "estaba escrito..."
¿Me lo va´echar? ¿Al Angel de la Guardia?

Tata era un hombre güeno, compriensivo,
le dolió aquello, ¿sabe? Sin palabras
salió hasta la tranquera; dio un chillido,
y sofrenó el bagual el Secundino
con un tirón que lo sentó en las patas!

Corrió pa´regresar, eco ´e cariño
recogiendo el largor de la llamada...
"Mande, patrón...

--Quedate, Secundino,
el gurí no quiere que te vayas.

junio 20, 2010

HOMBRADA DE SERAFIN J GARCIA (DE TACURUCES)

Mándensén mudar tuitos a la puta!
¡No quiero sabandijas en mi rancho!
¡P'aguantarle los secos a la pena
no precisa'e culeros el qu'es macho!

¡Vamos! ¡Juera de aquí, manga'e trompetas!
¡No esperen que los saque a rebencasos!
¡A mentir a otro lao! ¡A mí esas lástimas
sólo consiguen enyenarme de asco!

¡Si m'hija jué pa ustedes una pluma!
¡Si ustedes jueron los que la mataron
a juersa'e picotiar en su conduta
como en la oveja cáida los caranchos!

¡Dispués qu'eya, la pobre, tuvo el hijo,
como a perra sarnosa la cuerpiaron;
jué una brosa nomás, una largada;
sólo sirvió pa risa y pa estropajo!

¡Ninguno se acordó qu'eya era güena
-un alma'e Dios que a naides hiso daño-,
y aguantó la infelís, com'una marca,
el disprecio safao de tuito el pago!

¡Su nombre recorrió las pulperías
manosiao y babiao por los borrachos,
jué la farra'e las chinas en los bailes
y en las ruedas de mate de los ranchos!

Y aura que ya murió la pobrecita,
cansada de vivir hecha un pingajo,
¿tienen coraje pa venir tuavía
a lechuciar ande la'estoy velando?

¡Mándensén mudar tuitos! ¡Machos y hembras!
¡Aquí ya no hacen falta los caranchos!
¡A campiar a otro lao carnisas frescas
ande se puedan empachar pulpiando!

¡Juera de aquí, sotretas! ¿No me han óido?
¿'Tan esperando que los curta'laso?
¡Aquí ya'stá de más la chamichunga!
¡Ya no hay a quien sangrar en este rancho!

¡Juera de aquí! ¡Si pa velar su cuerpo
y darle sepoltura yo me basto!
¡Si no precisa agayas emprestadas
p'apechugar las penas el qu'es macho!

EJEMPLO-SERAFIN J GARCIA (DE TACURUSES)

Venga p'acá, m'hija, no me tenga miedo:
venga, que su tata no va'castigarla
ni va'echarle'n cara tampoco lo qu'hiso,
porque sabe cierto que no jue por mala.

Ya basta de yantos, miremé de frente,
no tenga vergüenza de amostrar la cara,
que no es delito darse por cariño
y sentirse madre no es nunca una falta.

Venga y déame un beso. Su tata compriende
que usté ha cáido, m'hija, lo mesmo que tantas
que siendo inocentes, humildes y güenas,
s'entriegan enteras, en cuerpo y en alma.

Mozo él, usté moza, los dos juertes, sanos,
yenitos de vida ricién aclarada,
no vido él querencia mejor que sus brasos
ni usté sol más lindo qu'el de sus miradas.

Campiando ese cielo que tuitos campiamos
yevando'e baquianas a las esperansas,
creyeron hayarlo juntando sus bocas
y prendieron besos pa que s'estreyara.

Vino la dentrada de la primavera;
lucieron los cardos sus flores moradas;
bordonió el sumbido de los mangangases
y hubo contrapuntos de roncas chicharras.

Nació en los yuyales un aroma nueva
qu'el viento, travieso, mojó en las cañadas;
rosaos macachines garugó l'aurora
y en los espiniyos colgó el sol sus brasas.

Se oyó en las cuchiyas relinchar los potros
qu'iban retosando tras de la yeguada;
y olfatiando el aire, y escarbando el suelo,
con ansia salvaje baló la torada.

Se vido a los pájaros andar en parejas,
juntitos los picos, abiertas las alas,
amostrando a tuitos su amor baruyento,
madurao a cielo, sol desnudo y alba...

Y ustedes sintieron juego en las alterias;
cada beso, entonce', jué com'una brasa;
les hirvió por dentro la juersa'el istinto
y asina cumplieron la ley más sagrada.

¡No yore, canejo! ¡Si Tata Dios hiso
al macho y a la hembra pa que se ajuntaran,
y el cristiano, mesmo que cualquiera bicho,
debe hacer las cosas que Tata Dios manda!

No l'importe, m'hija, qu'el pago mermure
y ensucén su nombre los que la cren mala.
¡Más piores son esas que matan sus crías
pa poder asina seguir siendo honradas!

Cuando nasca su hijo, ¡que lo sepan tuitos!:
¡mamará en sus pechos, dormirá en su falda;
será su cachorro nomás, ande quiera,
pues ser madre, m'hija, no es nunca una falta!

ALVERTENCIA-SERAFIN J GARCIA( DE TACURUCES)

Sobre'l lomo potro de mi campo crudo
-que nunca ha sentido de un arao la marca-,
prontos pa meyarles el filo a las rejas
estos altaneros tacuruses se alzan.

Son como celosos troperos que rondan,
engüeltos en ponchos de chilcas bagualas,
la tropa orejana de mis pensamientos,
mis libres ideas, mis chúcaras ansias.

Brujones que prueban el tiemple del campo,
perebas en ruda machés levantadas
que son pa mi orguyo lo qu'es pal de un gaucho
el surco que le abre de frente una daga.

Por eso al que quiera cruzar los potreros
sin triyos que tiene la estancia de mi alma,
le alvierto que debe tranquiar muy dispacio
si quiere librarse de alguna rodada...

FECUNDIDAD-GODOFREDO DAIREAUX

En el talud de la zanja que circunda el corral, cubierto de punta a punta con un pastito bien verde y reluciente, recién lavado por el aguacero bienhechor, juegan a la mancha un centenar de corderos.

Blancos como nieve los ha dejado el agua; secos, así mismo, ya, pues su lana cortita no puede disputar por mucho tiempo la humedad al Pampero; alegres, llenos de salud, de vida exuberante, retozan y corren. La majada esparcida, aprovecha los últimos momentos de la tarde para llenarse de prisa, tratando de recuperar el tiempo que le ha hecho perder la lluvia; y, cuando un corderito, de los más chicos, bala, extraviado, llamando a la madre, ésta, sin despegar del pasto el hocico, tartamudea: «Aquí estoy,» con la boca llena.

De punta a punta del talud, carrera; descanso, y ¡volver! y así van y vienen los corderitos, llenando de alegría el ojo del amo, recostado sonriente en el caballo. Los mayores, buenos mozos de dos meses, encabezan la partida; con pie firme, ligero, disparan, y llegados a la punta, se paran, arrogantes; dan un brinco, bajando la cabecita donde asoman ya las astitas, alzando las patas o encabritándose y pegando dos, tres saltos seguidos, en las manos tiesas, saltos que pocos jinetes resistirían, si fueran de potro: y, de repente, otra vez a todo correr por el talud, seguidos de una caterva de hermanitos que van de mayor a menor, corriendo también y retozando, y dejando por detrás a algunos chicuelos, casi recién nacidos, que también, bamboleando en sus patas largas, se han querido agregar... ¡mocosos!

Y así, hasta que siendo ya de noche, el pastor, al tranquito, arrima despacio la majada balante y que los corderos vuelven a buscar las madres, conociéndolas entre mil, cada uno la suya, por la voz, por el olor, por el instinto, y de rodillas, buscando la teta, chupan con avidez la savia vital...

Detrás de unas pajas de penacho plateado, están escondidos, echados de barriga, tres terneros, recién llegados en este mundo de penas; el pelo como terciopelo, liso, lustroso, brillante; los ojos como grandes perlas de azabache; el pescuezo tendido en el suelo, no se mueven, convencidos de que nadie los ve, pues sus madres los han dejado ahí, con recomendación estricta de no moverse, ni seguir a nadie; y aquí están, y no se mueven.

Las madres andan por allá, engavillando con la lengua, cortando con los dientes, y almacenando en la panza las suculentas yerbas de la Pampa. Cuando nadie las vea, volverán apuradas, al tranco largo, hacia el lugar secreto donde han dejado escondida la prole, y le propinarán a grandes tragos, la leche de sus tetas generosas.

Y el rodeo se va llenando de nuevos seres que balan, corren, retozan y maman, dando grandes cabezazos en la panza materna, para conseguir apoyo.

¿Y ese bicho raro, de cabeza tan grande, de patas tan largas, que parece mirar con tanto asombro todo lo que pasa al rededor suyo? Dejen pasar unos días y será más bonito, más elegante que la madre, esa yegua vieja, panzona, que lo está llamando. Los potrillos, sus hermanos, lo están incitando ya a que se mezcle con ellos y venga a correr, para aprender el oficio.





Así se complace la naturaleza en renovar las generaciones que se van, con generaciones más numerosas que llenan las soledades con su alegría y su juventud, haciendo el desierto cada vez menos solo, multiplicando las majadas, los rodeos y las manadas.

Se ríe de la destrucción con que los persigue el hombre; parece ayudarlo, a veces, como en burla, con alguna mortandad inesperada; pero ella misma pronto llena los vacíos, como si la población en la pampa fértil, tuviese que buscar su nivel, como lo busca el agua de sus llanuras en las lagunas y los ríos.

¡Y en la puerta de este rancho! ¡miren, vean! También se multiplica el hombre: una mujer da el pecho a una criatura; un niño la tiene agarrada del vestido; gatea otro más, en el patio, mientras éste, algo mayor, espanta con los brazos levantados y los gritos de su boquita toda sucia, unos patos atrevidos que le querían robar la papa que está comiendo. Y otros hay, más grandes, parados contra la pared, mirando al hermano que se trepa como mono, en un mancarrón viejo, para ir a repuntar la majada paterna.

Son muchos aquí; en otro rancho, son más, y en cada rancho, pululan. Cada olla pare diez cucharas, aumentándose el número de los futuros pastores, por lo menos en proporción del aumento de los rebaños.

En la Pampa, no le hubieran faltado modelos a Zola para escribir su obra Fecundidad. Si allá es casualidad encontrar una familia numerosa, aquí es lo común; y lo raro es hallar a alguna que no haya puesto en práctica el mandamiento bíblico: «¡crescáis y multiplicad!»

Del mucho pasto, los muchos terneros; el estómago lleno hace contento el corazón, y el corazón contento es el gran procreador.

¿Lo dudan? Pues vean a todas estas mujeres santiagueñas, paradas en la orilla del camino, esperando, para saludarlo a la pasada, al dueño del ingenio donde trabajan.

Una que otra, contadas, tiene criatura en los brazos, pero llama la atención que todas, jóvenes y viejas, parezcan tan igualmente... abultadas.

-«Tuvimos, este otoño, explicó uno de la comitiva, mucha fruta de algarrobo.»

¡Tierra fecunda, tierra feliz! a la cual basta una buena cosecha de fruta silvestre para facilitar en este grado la tarea a sus gobernantes, ya que, como lo dijo Alberdi, gobernar es poblar.