agosto 23, 2012

BARTOLOME HIDALGO


Cuando a principios del siglo XIX gauchos, jornaleros y vecinos establecidos, sitiaron la ciudad de Montevideo para expulsar al gobierno impuesto por el imperio español, ni siquiera se imaginaban en que culminaría el fruto de sus acciones.

Cuentan documentos de época que abrigados bajo la oscuridad de la noche, osados guerreros se deslizaban con guitarras hasta las murallas de la ciudad-puerto, donde cantaban un nuevo estilo musical, el cielito.

Flacos, sarnosos y tristes,

los godos acorralados

han perdido el pan y el queso

por ser desconsiderados.


Cielo de los orgullosos,

cielo de Montevideo,

piensan librarse del sitio

y se hallan con el bloqueo.

El cielito documentaba todos los acontecimientos y temores que padecía el pueblo, historiando las marchas, las victorias o las derrotas, el diario quehacer, el sentimiento de valentía y de hondo patriotismo. Los primeros se escuchan en la Banda Oriental hacia 1812, y son atribuidos a un poeta desconocido, Bartolomé Hidalgo.

Nace en la incipiente ciudad de Montevideo, allá por el año 1778, en la cuna de una familia numerosa y con graves apremios económicos. Es el único hijo varón entre cuatro mujeres. A raíz de la muerte de su progenitor; con apenas 12 años, debió hacerse cargo de la familia. Es empleado en la tienda de Martín Artigas, padre del que luego sería prócer de la patria, José Gervasio Artigas.

Su instrucción fue accidental y nada confirma que asistiera en forma regular a escuela alguna, salvo que debió participar de la educación impartida por los padres franciscanos. Fueron tiempos difíciles para un niño que debió adoptar las responsabilidades de un hombre.

Por su práctica contable ingresa en 1806 en el Ministerio de la Real Hacienda.

Ante la sorpresiva invasión británica, al año siguiente participa en la batalla del Cardal, defendiendo la Corona Española. Luego de esta aventura, en 1807, vuelve a su ciudad natal y es reintegrado al antiguo puesto en el ministerio. En los ratos de ocio se dedica a escribir y a crear música.

  Comienzos de la Revolución

El 28 de abril de 1811 es incorporado al ejército de gauchos que reúne Artigas, y participa en el primer Sitio a Montevideo. Quienes forman el grueso de este ejército rebelde, son: hombres negros esclavos que ven en la revolución una manera de escapar a sus amos, gente perseguida por la ley, contrabandistas y nativo americanos semieuropeizados. Bartolomé es absorbido por esa masa popular eufórica y en armas; el funcionario público se transforma en gaucho, y su arte también. Comienza a producir cielitos militantes, atrevidos y desnudos de todo vuelo poético.


Los chanchos que Vigodet

ha encerrado en su chiquero

marchan al son de una gaita

echando al hombro un fungeiro.


Cielito de los gallegos

¡ay!, cielito del dios Baco

que salgan al campo limpio

y verán lo que es tabaco.


Vigodet en su corral

se encerró con sus gallegos,

y temiendo que lo pialen

se anda haciendo el chancho rengo.


Cielo de los mancarrones

¡ay!, cielo de los potrillos

ya brincarán cuando sientan

las espuelas y el lomillo.


Obtiene un éxito fulminante en las ruedas de fogón de los campamentos revolucionarios, otros músicos tocan sus canciones y crean más cielitos bajo las mismas directrices. Es el inicio de la cultura popular difundida a través de la canción.


Vigodet con sus gallegos

murieron de consunción

y este respònso les cantan

los libres de la nación.

Kirié Eleisón- Kirié Eleisón.


El escorbuto y la sarna

causaron su destrucción

y detrás iban llorando

mil godos en procesión.

Kirié Eleisón- Kirié Eleisón.

Sin saberlo, Bartolomé Hidalgo se transforma en el propulsor de la cultura popular del Río de la Plata.

De la vida a la eternidad

Luego de sufrir grandes vicisitudes, la campaña independentista en la Banda Oriental no tiene un final feliz. Hidalgo se ve forzado a emigrar a Buenos Aires, donde ejerce un mal remunerado cargo público. Una afección pulmonar comienza a afectarlo, pero no a su arte porque crearía los tres Diálogos Patrióticos, sentando las bases de lo que años más tarde desemboca en un nuevo estilo musical, la Payada.

Los médicos le aconsejan establecerse en el campo, lo que hace, pero a medida que su enfermedad avanza cae en manos de la pobreza. Aquí, misteriosamente, las huellas de su vida desaparecen. Hasta el momento no se han descubierto textos ni documentos que informen sobre esta etapa de su vida, sólo existen teorías y suposiciones.

Aún así, todos sus biógrafos están de acuerdo en que murió en la mayor pobreza, porque ni siquiera en las noticias necrológicas de los diarios lugareños reportan su muerte. Consta que el cura párroco de Nuestra Señora del Buen Viaje le administró los sacramentos, enterrándolo en el cementerio de Morón (Argentina) el 28 de noviembre de 1822, aunque con el correr de los años nadie a podido individualizar su sepulcro.

Poeta, músico y guerrero, Bartolomé Hidalgo, llevó una vida entrelazada con la leyenda, constituyendo la piedra fundacional de la tradición gauchesca.

agosto 21, 2012

Música gaúcha-Mi galgo Peñarol....incluye la letra

http://youtu.be/P-soHDZU-9g

Quem é de Lavras se lembra do meu galgo Peñarol
Baio, brasino, bragado, olhos gateados de sol
Quando meu galgo arrancava com o lombo que era um anzol
Bicho que fizesse rastro saía do campo vasto
Pro dente do Peñarol


Me regalou Gim Pinheiro de lá de Tacuarembó
Era um filhote franzino, magrinho que dava dó
Quem ia dizer que aquilo fosse empurrar mocotó
Ganhar dezoito carreiras e os galgos desta fronteira
Entupir os olhos de pó


Lebrinha de pêlo fino, sorrito do pêlo grosso
Depois de ele botar o olho não tinha muito retoço
Cruzava dos outros galgos que nem dos cachorros "grosso"
Quadrava o corpo pra o lado, cortava de atravessado
E grudava atrás do pescoço


Um dia o Cássio Bonotto, proseando e tomando um trago
Me contou de um sorro baio que havia lá por Santiago
Corria mais que os cachorros, vivia fazendo estrago
De tanto comer cordeiro já nem botavam carneiro
Nas ovelhas deste pago


Eu disse pra este amigo: mês que vem vou na tua casa
Me espera com uma de vinho e um chibo em cima da brasa
O Peñarol vai na piola porque ele não perde vaza
Te garanto que o tal sorro pra escapar do meu cachorro
Só que entoque ou crie asa


Cheguei no dia marcado, tinha gente até de farda
Nunca vi tanto gaúcho, nunca vi tanta espingarda
Diziam: o sorro é bruxo cruzado com onça parda
Eu disse: deixem comigo! Quem tem medo do perigo
Que espere na retaguarda


Quando batemos no rastro vi que o bicho era escolado
Fez que ia pra coxilha e respingou rumo ao banhado
Meteu o dente num galgo, depois cruzou no costado
Com a cuscada na escolta gambeteava e dava volta
Parecia enfeitiçado


Eu dei cancha pro galgo que saiu erguendo pó
Porque no fim do banhado era um capão de timbó
Tinha que alcançar o maleva antes deste cafundó
E eu também larguei com tudo num lobuno topetudo
Que era marca da Itaó


De fato o sorro corria como pouco sorro faz
Mas peão só se governa onde não tem capataz
Em seguida meu cachorro fez ele virar pra trás
E desceram sanga abaixo, "cosa" de macho com macho
Trançando dente no más


Foi quando eu ouvi um tiro vindo de lá do sangão
Estouro de arma de chumbo de um louco sem precaução
Apeei por cima do toso pra dar fé da situação
Meu galgo tava sangrando mas continuava peleando
Baleado no coração


Agarrou o sorro "das goélas" e apertou contra o capim
Pra dar fim naquela lida antes da vida ter fim
Depois "periga" a verdade, mas juro que foi assim
Deitou por cima do sorro, gruniu pedindo socorro
E morreu olhando pra mim


Enterrei ele no campo florido de maria mol
Se foi meu galgo bragado do lombo que era um anzol
Lembro dele com tristeza quando sangra o pô-do-sol
O causo vem pra memória e a saudade conta a história
Do meu galgo Peñarol!

A LAS MANOS AQUELLAS. - WENCESLAO VARELA

Eran tus manos blancas como dos hostias puras
De tanto hacer milagros con la eterna pobreza
Ellas multiplicaron el pan sobre la mesa
...
En horas imborrables de angustias y amarguras.

Mas tarde los recuerdos,temblonas,inseguras
Ya viejas y cansadas de pulir la aspereza
de esta vida tan llena de espinada maleza…
las veo bordadoras sagradas de ternura.

Y las quiero por tuyas.Con cuanto amor llevaron
Aquel pezon de vida,donde se amamantaron
En conjucion mi sangre,mi inocencia y mi luz.

Y las quiero por suaves en la caricia fria;
Y buenas que enseñaron la torpe diestra mía
A bordar en mi rostro la señal de la cruz.

CHARRUA - WENCESLAO VARELA

No te has muerto del todo indio clinudo
mientras haigan poetas en mi tierra;
tu alma de piedra se ganò a la sierra
...
ande habitaba el puma corajudo.

Te dormiste una noche en los pajales
filoso nido de la gaucha flora,
dende esa noche,por tu ausencia llora
el toldo "abanderao" de los juncales.

Senior de las quebradas,sin religiòn ni Dios,
como el asta de tu lanza tuviste que quebrarte!
te vieron las estrellas como en ruego inclinarte
sobre la cruz de un potro clinudo como vos.

De vencido traìas tu altiva frente baja.
Y en tu cobrizo rostro,disenios de derrota.
Quebrada la tacuara,las boleadoras rotas,
y te echaste a dormir sobre las pajas.

Tus potros sobre el lomo,otra raza no admiten;
tu sangre en margaritas por los llanos revienta;
tu alarido salvaje,las gargantas sedientas
de jaguares alzaos aùn lo repiten.

Las tacuaras te esperan con tristona esperanza.
Te hacen guardia de honor mirando al cielo,
esperando seguro,que te alcès desde el suelo
y elijàs la màs larga pa enhebrar una lanza.

Ya vencido pa siempre en la lucha bravìa,
con las ansias salvajes de la muerte,
tu boliadora'e piedra la tiraste tan juerte
que aura luce mi cielo,tres Marìas.

PESIMISMO- WENCESLAO VARELA

Yo soy la noche asomada
a un destino anochecido,
cuando el ave busca el nido,
...
del ancho espacio cansada.
Dejé de ser alborada
de sonrosado color.
tallo, hoja, capullo, flor,
mariposa hecha de seda.
Me queda el algo que queda
de lo que fue fe y amor.

Me duele mi ayer vacío
de horizontes sin violar;
lo que no pude alcanzar
con un sueño claro y mío.
Quise, como viento y río,
cantar,cantar y correr,
esperar mi anochecer
el alma de pie en la altura,
viendo mi dicha futura
en mis hijos florecer.

Y nada. Sobre la tarde
de un vivir de mala suerte,
siento próxima la muerte
con el ánimo cobarde.
Pese que en mi adentro arde
el don macho de luchar,
siento la sombra llegar
silenciosa, triste y grave,
como las alas de un ave
que da vueltas por posar.

Y me da pena dejar
tantas cosas empezadas
en cansadoras jornadas,
en un mediano empezar.
En mi largo cavilar
a solas en mi tapera
saturé mi vida entera
con sueños irrealizables,
sobre abismos insondables
y alucinadas quimeras.

MI FOGON- WENCESLAO VARELA

Mi fogón es magnífico !
Le ha copiado al diamante las facetas
para mentir colores milagrosos;
...
aún apagándose, parece estrella.
Lo he mirado en las noches invernales
- las noches de tormenta-
cuando encendidos hilos, culebreando
rasgan la sombra inmensa,
parecerse a la noche. Entre las brasas
relampaguea también y también truena.
Al romperse el carbón de sus tizones,
una aurora boreal se enciende y tiembla;
la más lindas de todas las auroras
y más multicolor de todas ellas.
Hay, entre el fogón de mis desvelos
plenilunios enteros y diademas,
de esas que ponen a las novias vírgenes
las hadas hechiceras,
que en "Las mil y una noches" bogar hacen
misteriosos navíos de oro y perlas.
Pero, además, es mi fogón tan bueno !
que a mi familia su calor congrega,
y Dios viene a sentarse al centro mismo
de la paz hogareña.

LE TENGO RABIA AL CAMINO - WENCESLAO VARELA

FOTO DE EDUARDO AMORIN
Cuendo me vine,el camino
no jué más mi compañero...
tu adiós se gastó en el aire
de temblar en tu pañuelo.

La noche se echó en el campo
pa escurecer tu recuerdo
y al depertarse los astros
los pájaros se durmieron.

Y hallé el camino tan solo,
tan borroso de silencio,
que ví en el rumbo la ausencia
y dientré a tenerle miedo.

La noche,de tan oscura
me hacía mirar pa'dentro
y veía el pájaro blanco
de tu adiós temblando al viento.

Después,enredé en las cuerdas
de mi lira tu recuerdo;
endulcé la ausencia en música
y canté tu nombre en versos.

Pero jamás el camino
volvió a ser mi compañero
porque me cansó de largo
y es por eso que no guelvo.

Regresar,por esa víbora,
que me alejó de tus besos?
y avejigó el pingo moro
pa separarnos por tiempo?

Yo lo bordaba en chiflidos
en mis noches de tropero
cuando con lluvia de luna
se mojaba el campo inmenso-

Y encabezaban los postes
tristes lechuzas sin sueño...
Yo lo quería de entonces
pero nunca más lo quiero.

Porque se alargó una tarde
hasta borrar tu pañuelo,
pájaro blanco que aún vuela
en la región del recuerdo.

ANDRESITO- WENCESLAO VARELA

Guitarras de los fogones
que los Artigas prendieron,
y a tu cordaje encendieron
...
sus patrióticas canciones:
deja que floten tus sones
por sobre el campo infinito,
como un legendario grito
de agrio dulzor guaraní,
para Andrés Guacararí,
el temerario Andresito.

Cuentan que la noche oscura,
ancha en el campo salvaje,
por llegar como un mensaje
abrió a facón la espesura.
Ingénita su bravura,
fue gaucho y guerrero nato;
usó el sigilo del gato
en peligrosos lugares,
y aprendió de los jaguares
a rumbear por el olfato.

El que en tarde hechicera
suelta al viento la melena,
a empuje de nazarenas
golpeó a potro las trincheras,
y se tendió en las laderas
desperdiciando coraje,
flotando sobre un oleaje
de ponchos y redomones,
sacó a lazo los cañones
igual que un toro salvaje.

Un poncho de seda,
vidalitay,
cubre mi guitarra.
Tiene nueve listas,
vidalitay,
azules y blancas.
Si hallás a Andresito,
vidalitay,
perdido en mi patria.
Te he de hacer un nido,
vidalitay
con sus nueve franjas.

Buscalo en los entreveros
que en las noches invernales,
arreando negros baguales
hacen silbantes pamperos.
Puede andar en los esteros
o junto al salto rugiente,
o la laguna durmiente
en la quieta noche clara,
enhebrando a su tacuara
puntuda luna en creciente.

EL RELINCHO- HECTOR UMPIERREZ

foto de Eduardo Amorín


Lindando el pago de Flores
Esta el Paso del Cautivo
Donde de un tiempo a esta parte
Dicen que oyen los vecinos
Al rayar la medianoche
Un estridente relincho
Que hace estremecer al pago
Y todo su rancherío

A esa hora la perrada
Con sus lúgubres aullidos
Puebla el silencio nocturno
Como un presagio sombrío
Que hace crecer el misterio
Que reina entre los vecinos

Y si alguno sale afuera
Apenas se escucha el ruido
De raudos cascos cruzando
El pedregal del cautivo
Y cuando un caballo alado
Se esfuma en el infinito
Queda un silencio de muerte
Al apagarse el relincho
.
Más de una vez no falto
Algún paisano que dijo
-“pa mi es caballo de tropilla
Que anda buscando el sonido
Del cencerro que perdió
Por estar lejos del sitio
Cuando tal vez entre sombras
Algún cuatrero ha venido
Y le enmudeció el badajo
Pa echar la yegua al camino
Y cuando se encontró solo
Salió como enloquecido
En busca de su cencerro
Desparramando relinchos”.

Cuando por ahí se reúnen
Los paisanos del cautivo
Y entran a mentar leyendas
De luces y aparecidos
Entre relato y relato
Siempre aparece el relincho
Y no hay uno que no diga
Que el también no lo ha sentido

Pero ninguno asegura
Que al caballo lo hayan visto
Aunque todos lo imaginan
Yo no sé por qué motivo
De cola y de crina entera
Y un pelaje renegrido

Dijo un viejito tropero
-“si habremos andao caminos
Con el dueño del caballo
Que asombra con sus relinchos
Como Dios junta a las almas
Allá en su reino divino,
No cabe duda que es,
Ni se precisa decirlo
Que el alma de aquel caballo
Que fuera tan conocido
Y famoso como aquel
Que monto Martin Aquino
Es el Moro de Varela,
Sabiendo que aquí ha nacido
Busca el alma de su dueño

agosto 10, 2012

El cuñado y el bagadú-


Cuento  de Jose María Obaldía de “Veinte mentiras de verdad”


Los domingos, de mañana temprano, con distintos rumbos y destinos, la gente abandonaba la estancia vieja. La cocina, entonces, quedaba tapera, ya que don Brígido, que excepcionalmente salía, no entraba en ella. Hacía su trabajo de “guasquero” y luego mateaba en el galpón o afuera, bajo la fresca sombra de un molle de las sierras, según fuera el tiempo. Pero, a veces, no todos salían. Es que no habiendo una diversión especial, estaban siempre el monte y el río, cercanos y generosos, donde se podía pescar, churrasquear, pitar y hasta echar una siesta bajo una fresca sombra.

-¡Te echás panza arriba a pitar y sos un jefe!

-¡Panza arriba y panza llena!

Y con esa perspectiva en su inmediato  futuro, ese domingo, cálido y luminoso, estaban junto al río en distintas funciones. Además del pitar que no interfiere con ninguna. Eustaquio lavaba sus ropas; Margarito había tirado los aparejos.

-No sé para qué trajiste esas líneas. A estas horas no pican ni los mosquitos.

-El buen pescador pesca a cualquier hora. Y si no pican lo mismo zambullo y salgo con ellos abrazados.

-Ah, sí...como el pariente de don Telmo que cazaba pato bajo el agua.

Se recordó y festejó en general el cuento de don Telmo con detenciones en los aspectos más salientes.

-¡Y era meta atar patitas el loco viejo!

-¡Y estaba lo que quería abajo el agua!

Don Brígido estaba en la lidia del asado. En apariencia indiferente a la conversación pero siempre atento y listo para hacer su entrada.

-Bueno, pa’ marguyir y aguantar bajo el agua yo tengo un pariente que no es manco. Un cuñado. Casado con Manuela, mi hermana.

-Pero mire que el primo de don Telmo, estuvo media hora lo menos.

-A mi cuñado no le sacaron tiempo. Pero se nadó lo menos dos leguas bajo el agua. De Paso de Píriz a Vergara, si no hay dos leguas por el arroyo Parao, no hay menos.

-¿Dos leguas bajo el agua? ¿Y...por una jugada?

-No señor. Por un bagadú. Mi cuñado estaba pescando y por un bagadú se hizo la prueba.

-¿Cómo fue, don Brígido?

-Bueno. Por el pique él vio que era una bagadú que es pescado muy cabortero. Le tironeaba cortito sin disparar. Y cuando sacaba la línea estaba el anzuelo pelado. Ansina estuvo un rato. Erró como cuatro mosquetes, hasta que al final se calentó. Encarnó, se desnudó y tiró el aparejo.

-¿Y para que se desnudó? ¿Por cábula?

-Ahora van a ver...El bagadú empezó a tironear despacito y mi cuñado le dio piola. Volvió a tironear y otra vez le dio piola. Y Ansina hasta que se le concluyo la línea. Entonces, cuando el bagadú tironeó otra vez, mi cuñado se tiró al agua, zambulló y tocaron los dos rumbo a Vergara. Siempre en el mismo tombo: el bagadú tironeaba y mi cuñado nadaba. Los dos despacito. Y Ansina fueron rato largo.

-¡Qué lo peló al cuñado! ¡Está pa’ la risa el pariente de don Telmo!

-Repente mi cuñado le cambió la vuelta al bagadú. Empezó a nadar más ligero y a írsele por la línea. Ansina otro rato. Hasta que ya estaba con ganas de aflojar. Pero es hombre de mucho capricho y se aguantó y siguió arrimándose por la piola. Repente, cuando ya creía que estaba cerquita del bagadú, lo agarró una correntada fuertaza debajo del agua.

-Remolino, tal vez.

-Qué remolino si era por derecho.  Y cada vez mas fuerte la correntada. Mi cuñado ya se estaba jaboneando, hasta que en una...lo encandiló la luz de golpe y cayó de cabeza en una pileta machaza que había en el hotel de Vergara. Había entrado en los caños del agua corriente del pueblo. La suerte que abrieron la canilla. Si no se muere ahogado entre el caño. ¡Abrazado con el bagadú cayó..!!!

agosto 08, 2012

Heladas eran las de antes. Jose Ma. Obaldía

Era una tardecita de agosto;  el sol había brillado luminoso en uno de esos días claros y serenos, propios del mes, pero, recién oculto, ya se imponía un frío denso y penetrante que anunciaba una helada singular.

Habían estado de penca y los parejeros, el vencedor y el vencido, ya se retiraban “cabresteando”,  de paso lento y largo, cumplido el último esfuerzo que había definido la carrera y todos los comentarios de semanas atrás. En la ramada de la pulpería,  rodeando un gran fogón, una rueda de acurrucados algunos emponchados, fumaban, tomaban algún trago y barajaban diversos temas, en una prosa que dejaba presentir que era solamente por llenar el tiempo, a la espera que se produjese un acontecimiento previsto o presentido por todos.

Y era así. En la rueda, frente a frente y fogón por medio, estaban Don Brígido López y Don Severo González: dos “toros” en los “sucedidos”.  La topada tenía que producirse; era solamente cuestión de tiempo. Mientras tantos la prosa divagaba, a la búsqueda, disimulada por sus participantes, de que uno de los colosos hiciera pie. Se sabía que ninguno de los dos entraría en la conversación a pedido expreso; ello sería ponerse a la altura de vulgares embusteros que buscan divertir una reunión;  es decir, una condición indigna de dos personas como ellos,  merecedoras de un respeto especial por veraces y por la “edad”.

De repente:

-¿ No me hace lado, don Severo?- dijo uno-. Estoy sin poncho y aquí medio lejos del fogón se está poniendo bravo el frío.

- Como no, amigo, arrímese nomás. Lo que pasa es que agosto está por ofertarnos una helada de esas macanudas.

-Como la de los otros días- respondió alguien-.  Para mí es la mas grande que he visto en mi vida. ¡Qué helada bárbara!

Don Severo estaba haciendo un cigarro. Terminó de armarlo, encendió con un tizoncito, tiró una ahumada grande y dijo:

-Lo que pasa es que Usted es muy joven; ha vivido y visto pocote. ¡Las heladas de ahora, no andan ni cerca de las de antes!

Hubo un silencio pleno de expectativa; aquellas palabras significaban que don Severo se había decidido. Debía tener buenas cartas, porque largarse el primero, expuesto al contragolpe de don Brígido era una temeridad.

Se rascó la cara, entre la barba, con el índice y dijo:

-Hace unos cuantos años. Yo era mozo entonces y andaba tropeando; en el mes de agosto y justamente;  íbamos con ganado para adentro. En aquellos tiempos no era como ahora; que hay pastoreo con alambrado y aguadas por todos lados; entonces, en la noche, había que rondar la tropa. A mi me tocó el cuarto de ronda con un hermano mío que era muy pitador y tenía la costumbre de escupir a cada rato. Ustedes querrán creer que, apenas subió a caballo, tiró el pucho, fue a escupir y se le heló la saliva en la boca. ¡Le quedó pegada, como si fuera un cachimbo de vidrio!

-¡Qué lo peló! –afirmó uno y hubo un murmullo general, admirado y festejando, pero ya a la espera de la respuesta de don Brígido al reto implícito que significaba el cuento de don Severo.

Rápidamente se creó, entonces, un silencio que fue muy breve.

-Es razón lo que dijo don Severo- afirmó gravemente don Brígido-. ¡En los tiempos de antes las heladas eran todas curuyeras! ¡Y, justamente, yo también andaba con tropa cuando vi la helada más grande de mi vida! ¡El campo había amanecido blanqueando como una sábana...pero gruesa! ¡Un jeme lo menos! Me acuerdo que a mi me había tocado hacer el asado para antes de la marcha; teníamos una paletita y un costillar de capón y yo, campeando cerca del fogón, hallé un palo, derechito y puntiagudo, justo como para asador. Ensarté el asado, clavé el asador, le arrimé unas brasitas y me di vuelta a tirarle la yerba al mate. Cuando el capataz, que venía para el fogón, me pegó el grito:

-¡Cuidado Brígido, que se te dispara el asado!

-¡Me doy vuelta y era verdad!  Tuve que correr para alcanzarlo, porque disparaba corcoveando entre unas maciegas.

Don Brígido calló brevemente, aguardó que se agrandara el interrogante que abarcó a todos,  despejándola luego con su acento manso habitual:

-Era que el palo, derechito y puntiagudo, que había elegido para asador, era una bruta crucera entumida de frío.  Cuando sintió el calorcito de las brasas, revivió de golpe y salió disparando rumbo a la cueva.


Lamina MOLINA CAMPOS

Pasteles de a vintén- José Ma. Obaldía

¡No vale un vintén! -se decía despectivamente para referirse a algo que, precisamente, no valía nada. En ningún sentido, no solamente en plata.

Sin embargo, el vintén era una moneda poderosa, en un mundo donde no había más bolsas que las de arpillera y un tiempo en que el dólar, ser desconocido, ni se nombraba. Tal vez porque todavía andaba pelo a pelo con el peso. Porque a un gurí, un vintén podía darle para seis caramelos sueltos o un chocolatín o dos bizcochos; podía alcanzarle a cualquier oriental para un libro de papel de fumar o una caja de fósforos; con un vintén de azúcar y cáscara de naranja se componía cualquier yerba vieja, para media tarde de mate dulce. Así que un vintén a veces hacía su fuerza y con él hasta podía verse una penca, masticando, despacito y con disfrute, un "pastel de penca": grande, más bien chato, con un borde ancho festoneado a tenedor, rodeando un relleno que podía ser de natilla o dulce de membrillo o boniato. Este disfrute era el placer preferido de Exequiel Moreno.
Aquella tarde venía llegando cuando todavía estaban en los remates y cuando encontró un buen lugar, de medio tiro para adelante como a él le gustaba, bajó y quedó mirando todo: el camino de la bandera a la sentencia, el genterío y los parejeros que pasaban de galope alegre reconociendo los trillos. Justamente, quedó al ladito de un pastelero.

-¿De qué son los pasteles, gurisito?
-De natilla y de moñate, don Sequiel.

-¿Y cómo son?

-Son a vintén.
La segunda respuesta fue dada con la evidencia del negocio ya concertado para el pastelero, que la dio ladeando el pulcro tapetito blanco y dejando a la vista un nido de pasteles, en papel de estraza, hacia lo hondo del canasto de damajuana.

-Dejalo ahí nomás, que yo voy a ir sacando -dijo Exequiel agachándose hasta donde su nariz alcanzó aquel aroma y su brazo el primer pastel. Cuando quedó parado otra vez ya le había entrado con un mordiscón profundo que, pasando el festón, había entrado hasta el puré de boniato, entre el cual asomaba una cascarita de canela.
Tres turnos se corrieron y se quedó para definir al otro día. Se estaba yendo la tarde con griteríos de gente y pereré de parejero. Y agachadas de Exequiel levantando pasteles, mientras el pastelero a veces lo miraba. Primero medio asombrado, pero después se fue acostumbrando. Todo había mirado Exequiel y había disfrutado el doble agachándose sobre el canasto y masticando, mansa, prolijamente. Ya entrado el sol, empezó a agacharse con cierto esfuerzo, no se sabía si de lleno o de cansado.

Por último se quedó parado, con el brazo alzado, el codo contra la cabezada, con los ojos entornados hacia la cancha casi desierta. Suspiró hondo, se frotó suavemente la barriga por encima del cinto, hasta que, allá abajo, medio de reojo, miró el canasto. Hasta con cierta tristeza. En el fondo se entreveía un pastel solitario.
-Soy hombre vil de estómago -dijo al fin, despacito-. Ni cinco reales de pasteles llego a comer. Guardate ese que sobra, gurisito. Y el vintén.

Le estiró un papel de cinco reales que, en aquellos tiempos, había. Boleó la pierna y se fue al tranco.

agosto 04, 2012

Orejano- Serafin J García


Yo sé qu'en el pago me tienen idea
porque a los que mandan no les cabresteo;
porque dispreciando las güeyas ajenas
sé abrirme caminos pa dir ande quiero.

Porque no me han visto lamber la coyunda
ni andar hocicando p'hacerme de un peso,
y saben de sobra que soy duro'e boca
y no me asujeta ni un freno mulero.

Porque cuando tengo que cantar verdades,
las canto derecho nomás, a lo macho,
aunq'esas verdades amuestren bicheras
ande naide creiba que hubiera gusanos.

Porque al copetudo de riñón cubierto
-pa quien n'usa leyes ningún comisario-
lo trato lo mesmo que al que sólo tiene
chiripá de bolsa pa taparse'l rabo.

Porque no m'enyenan con cuatro mentiras
los maracanases que vienen del pueblo
a elogiar divisas ya desmerecidas
y'hacernos promesas que nunca cumplieron.

Porque cuando truje mi china pal rancho
me olvidé que hay jueces p'hacer casamientos,
y que nada vale la mujer más güena
si su hombre por eya no ha pagao derecho.

Porque a mis gurises los he criao infieles
aunqu'el cura grite qu'irán al infierno,
y digo ande cuadre que pa nada sirven
los que sólo viven pirichando el cielo.

Porque aunque no tengo ni en qué cáirme muerto
soy más rico qu'esos que agrandan sus campos
pagando en sancochos de tumba reseca
al pobre pión, qu'echa los bofes cinchando.

¡Por eso en el pago me tienen idea!
¡Porqu'entre los ceibos estorba un quebracho!
¡Porque a tuitos eyos les han puesto marca
y tienen envidia de verme orejano!

¿Y a mí qué m'importa? ¡Soy chúcaro y libre!
¡No sigo a caudiyos ni en leyes me atraco!
¡Y voy por los rumbos clariados de mi antojo
y a naides preciso pa ser mi baquiano!

Maestra de campo - Luis Landriscina

Por la pereza del tiempo
el otoño estaba tibio,
ya que en el Chaco, el verano
es como dueño del sitio.
Y a veces demora en irse
sin importarle el destino.
Por eso es que aquella tarde
cuando bajó en la estación
del lerdo tren en que vino
su cuerpito era una brasa
por nuestro clima encendido.
Y se quedó en el andén
como asustada y con frío
por ser mucha juventud
pa´terreno tan arisco.
A más mujer, buenamoza
y en pago desconocido.
Y allí se quedó parada
en vago mirar perdido por,
por querer disimular
su temor a estar tan sola
y sin saber el camino.
Pero al momento nomás,
las toscas manos de un gringo,
callosas de tanto arar
y de pelearlo al destino
se acercaron bondadosas
y con ternura de niño
le dieron la bienvenida
en nombre de la escuelita
que hace mucho la esperaba
triste en el medio del monte
pa que alegrara a sus hijos.
Subieron al viejo carro
de aquel colono sufrido, y
y comenzaron a andar
entre una nube del polvo
por el reseco camino.
Cuando llegaron al rancho
la noche ya había encendido
sus farolitos del cielo
y el canto triste del grillo,
y fue por eso tal vez
que entre las cuatro paredes
de aquel su humilde cuartito
una angustiosa tristeza
entraba a clavar cuchillos
como queriendo matar
esa noble vocación
que en su pecho había nacido.
Pero llegó la mañana
y el sol con todo su brillo
desdibujó las tinieblas
que habían querido torcer
las huellas de su destino.
Y aunque llorando por dentro
masticando soledad
en aquel lejano sitio
puso firmeza en el paso
y fue a buscar el amor
de aquel puñado de niños
que hace mucho la esperaba
en la escuelita de campo
clavada en pampa del indio.
Y desde entonces su vida
se hizo horcón de guayacán
se hizo paredes de adobe
se hizo terrón para el quincho
y armó con todos sus años
aquel rancho para el alma
con un letrero invisible
que decía en letras de amor
"Aquí hay saber y cariño".
Y fueron 30 los años
y fueron muchos los niños
que luego se hicieron hombres
y mandaron a sus hijos.
Ella, ella no pudo tenerlos
porque la flor de su vida
se marchitó entre los montes
y nunca llegó el amor
a golpear en la ventana
de su rancho de cariño.
La escuela, la escuela
le había pedido
hasta ese sacrificio
que se quedase soltera
porque precisaba intacto
todo el amor que tuviera
para entregarlo a los chicos.
Y en eso, en eso de darlo todo,
un tibio día recibió
en una nota oficial
algo que la estremeció:
después de mucho esperar
el concejo le anunciaba
que había sido jubilada
en premio por su labor.
¿Era premio o era castigo?
Mil veces se preguntó.
No se vaya señorita,
quédese a vivir aquí,
si nosotros la queremos
por qué se tiene que ir.
Esas voces y unas manos
que se agitaban sin ruido
fueron únicos testigos
de aquella amarga partida.
Ella entraba en el olvido
allí dejaba sus años
allí dejaba su vida.
La polvareda del sulky
y manitos color tierra
fueron su único homenaje
en aquella despedida.
¡Adiós señorita Rosa!
¡Adiós maestra de campo!
En usted a todos les canto
los maestros de mi tierra
no sé si mi estrofa encierra
y expresa lo que yo siento,
pero tan solo pretendo
oponer a tanto olvido
mi simple agradecimiento,
ya que la Patria les debe
el más grande y merecido
de todos los monumentos.

El perdón- Yamandú Rodríguez

Son las cinco de la tarde
en un pago de leyenda.
A estas horas el ombú,
se saca el poncho violeta
y lo tiende sobre el suelo
curtido de la tranquera.
No pasa una virazón.
El patio se recalienta
con un brasero e'malvones,
prendido no bien clarea,
adonde las ponedoras
van a pintarse las crestas
y cuasi siempre murmuran
su rosario las abejas.
El rancho es de palo a pique.
Parece que jué carreta;
porque entuavía se ven
entre los yuyos dos ruedas:
una, es la boca del pozo
y la otra, la manguera.

Dicen que todo era dulce:
el agua, el techo y la dueña,
una viejita muy blanca,
que dejó viuda la guerra
con cuatro hijos varones...
y se echó esa cruz a cuestas.
Sus manos son un milagro
de amor; porque sale de ellas,
tierno el pan del amasijo,
tibia la leche que ordeñan,
blanco de espuma el mantel
en el altar de la mesa,
donde esas manos bendicen
la caridá de la cena,
con la hostia de la luna
azulando la cumbrera.
Esas manos día a día,
sacan calor de la rueca,
pa antibiar cuatro pichones
que desplumó la pobreza.

Y esas manos de la madre,
con diez palitos sin juerza,
van haciendo cuatro gauchos
a rigor de potro y sierra.
Si alguna vez se enojaba
con un gurí, siempre ella,
antes de cerrar la noche,
le dió la mano derecha
para que él se la besase
con un: "perdonáme vieja"!
Nunca se pudo dormir
con un hijo en penitencia.
Y esa tarde, el más muchacho,
estando solo con ella,
olvida la ley de Dios,
levanta un puño y golpea
el pecho de aquella madre,
que es una santa de güena.
A'i nomás monta a caballo
dejándola cáida en tierra.

Y a la oración, cuando güelven
los cuatro para la cena,
está el fogón apagao
y hay un frío de tapera...
-¡Mama! - nadie le responde.
Temblando ya, la campean.
Como buscan a la altura
del corazón, no la encuentran;
porque la madre está allí,
pero sobre el piso: muerta.
Los cuatro mozos de luto,
al campo santo la llevan.
Pesaba tan poco en vida...
y aura no pueden con ella!
Doblan por las cuatro puntas
aquél pañuelo de tierra...
cain unas flores de yuyo...
se santiguan ... y la dejan.
Al otro día un vecino,
al pasar por allí cerca,
avisa que a la finada
le quedó una mano ajuera.
¡Cómo ! Se miran los cuatro
y denguno malicea,
güelven, le cubren la mano
y pa mejor protegerla,
rodean la sepultura
con un corralito'e piedra...

Y la misma tarde, un hombre
que cruza con su carreta,
le dice que vió la mano
otra vez a flor de tierra...
Entonces, al más muchacho,
le habló al 'oido la concencia;
porque se puso 'e rodillas
en el corralito 'e piedra,
bajó la frente y llorando,
pa que la madre l'oyera,
como cuando jué gurí,
dijo: "Perdoname vieja!".
Cubrió de besos la mano...
después la cubrió de tierra...
y como salía solo
para perdonar la ofensa,
dende la tarde del beso
ya descansó bajo tierra...
Y naides más vio la mano
de la madrecita güena,
que nunca pudo dormir
con un hijo en penitencia.

La cifra- Yamandú Rodriguez

El gaucho tranqueó para alcanzar la carreta,
galopó para alcanzar la china,
sólo corrió para alcanzar la Patria.
Entró en pelea en un potro rampante.
Llevaba adelante la media luna,
colmillo de acero junto al coágulo del banderín,
y en la espalda, la guitarra, con la boca abierta,
para que respirase, entre el humo de las cargas,
música de heroísmo.

Cuando tras el combate el gaucho se apeó del caballo
la guitarra temblaba.
El payador la pulsó... y así nació la Cifra,
con su latido apresurado por la premura del combate.
Tras el enrejado de las pulperías
apareció, al galope, la Cifra.

Los payadores que escribieron historia
en versos mal medidos,
hacen correr hazañas y limetas,
y como un "amargo", pasa de boca en boca, la tradición:
china vestida con un chiripá negro
agujereado por las estrellas.

Ahora el payador pulsa la guitarra.
Sus dedos esculpen y crean,
las manos acarician las cuerdas
como si fueran las crines del orejano.
De pronto se afirma en la voz y en los estribos;
ha visto una patrulla enemiga que avanza
y da el primer agudo: el alerta.
En las primas tintinean estribos,
por las notas centrales
rueda la muerte de casco en casco,
se enriedan las bordonas,
con el último escalón, la voz de mando salta de las cuerdas,
trepa por la tacuara haciendo pie en los nudos,
se afila en la medio tijera y a caballo en el viento
como un tero, le hunde al aire
los espolines rojos de sus alas, y avanza.
Así me pinta la Cifra una batalla gaucha.

El entrevero:
un galope, un zumbido de mangangaes,
una nube de polvo que hace toser a los trabucos,
y por entre el claro de las descargas mil devanaderas
de lanzas cosiendo pechos.
En la Cifra, si entornamos los ojos,
vemos pasar los escuadrones;
los de atrás, galopando hasta acercarse;
los recados adheridos al costillar;
los potros mordiendo el anca de los potros
para no quedarse atras.
Aquí y allá restallan, secos, los rebencazos.
Todo tiene palabras y nadie habla;
avanzan sobre los pescuezos de las bestias,
estirados, crines en llamas,
las moharras desjarretan el aire,
lanzas inclinadas como garúa en el viento,
en las espuelas pasto, cerdas, sangre,
y un clarín resoplando adelante,
que es como un cuarteador en bronce
que se llevara a la cincha de una diana,
¡la libertad!