diciembre 27, 2013

EL BARCO QUE PARTE- JOSE E. RODO


El barco que parte


(capítulo XXXIV de MOTIVOS DE PROTEO)


Mira la soledad del mar. Una línea impenetrable la cierra, tocando al cielo por todas partes menos aquella en que el límite es la playa. Un barco, ufano el porte, se aleja, con palpitación ruidosa, de la orilla. Sol declinante; brisa que dice "¡vamos!"; mansas nubes. El barco se adelanta, dejando una huella negra en el aire, una huella blanca en el mar. Avanza, avanza, sobre las ondas sosegadas. Llegó a la línea donde el mar y el cielo se tocan. Bajó por ella. Ya sólo el alto mástil(1) aparece; ya se disipa esta última apariencia del barco. ¡Cuán misteriosa vuelve a quedar ahora la línea impenetrable! ¿Quién no la creyera, allí donde está, término real, borde de abismo? Pero tras ella se dilata el mar, el mar inmenso; y más hondo, más hondo, el mar inmenso aún; y luego hay tierras que limitan, por el opuesto extremo, otros mares; y nuevas tierras, y otras más, que pinta el sol de los distintos climas y donde alientan variadas castas de hombres: la estupenda extensión de las tierras pobladas y desiertas, la redondez sublime del mundo. Dentro de esta intensidad, hállase el puerto para donde el barco ha partido. Quizás, llegado a él, tome después caminos diferentes entre otros puntos de ese campo infinito, y ya no vuelva nunca, cual si la misteriosa línea que pasó fuese de veras el vacío en donde todo acaba...

Pero he aquí que, un día, consultando la misma línea misteriosa, ves levantarse un jirón flotante de humo, una bandera, un mástil, un casco de aspecto conocido... ¡Es el barco que vuelve!
Vuelve, como el caballo fiel a la dehesa. Acaso más pobre y leve que al partir; acaso herido por la perfidia de la onda; pero acaso también, sano y colmado de preciosas cosechas. Tal vez, como en alforjas de su potente lomo, trae el tributo de los climas ardientes: aromas deleitables, dulces naranjas, piedras que lucen como el sol, o pieles suaves y vistosas. Tal vez, a trueque de las que llevaba, trae gentes de más sencillo corazón, de voluntad más recia y brazos más robustos. ¡Gloria y ventura al barco! Tal vez, si de más industriosa parte procede, trae los forjados hierros que arman para el trabajo la mano de los hombres; la tejida lana; el metal rico, en las redondas piezas que son el acicate del mundo; tal vez trozos de mármol y de bronce, a que el arte humano infundió el soplo de la vida, o mazos de papel donde, en huellas de diminutos moldes, vienen pueblos de ideas. ¡Gloria, gloria y ventura, al barco!

Vuelve, como el caballo fiel a la dehesa. Acaso más pobre y leve que al partir; acaso herido por la perfidia de la onda; pero acaso también, sano y colmado de preciosas cosechas. Tal vez, como en alforjas de su potente lomo, trae el tributo de los climas ardientes: aromas deleitables, dulces naranjas, piedras que lucen como el sol, o pieles suaves y vistosas. Tal vez, a trueque de las que llevaba, trae gentes de más sencillo corazón, de voluntad más recia y brazos más robustos. ¡Gloria y ventura al barco! Tal vez, si de más industriosa parte procede, trae los forjados hierros que arman para el trabajo la mano de los hombres; la tejida lana; el metal rico, en las redondas piezas que son el acicate del mundo; tal vez trozos de mármol y de bronce, a que el arte humano infundió el soplo de la vida, o mazos de papel donde, en huellas de diminutos moldes, vienen pueblos de ideas. ¡Gloria, gloria y ventura, al barco!
  

agosto 24, 2013

MILONGA DE TRES BANDERAS




Link para el video:

Montevideo- Jorge Luis Borges


Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive.
La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente.
Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.
Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.
Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias.
Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas.
Ciudad que se oye como un verso.
Calles con luz de patio.



Yugo y estrella- Jose Martí

Cuando nací, sin sol, mi madre dijo: 
"Flor de mi seno, Homagno generoso
De mí y del mundo copia suma,
Pez que en ave y corcel y hombre se torna,
Mira estas dos, que con dolor te brindo,
Insignias de la vida: ve y escoge.
Éste, es un yugo: quien lo acepta, goza:
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena.
Ésta, oh misterio que de mí naciste
Cual la cumbre nació de la montaña
Ésta, que alumbra y mata, es una estrella:
Como que riega luz, los pecadores
Huyen de quien la lleva, y en la vida,
Cual un monstruo de crímenes cargado,
Todo el que lleva luz se queda solo.
Pero el hombre que al buey sin pena imita,
Buey vuelve a ser, y en apagado bruto
La escala universal de nuevo empieza.
El que la estrella sin temor se ciñe,
¡Como que crea, crece!
Cuando al mundo
De su copa el licor vació ya el vivo:
Cuando, para manjar de la sangrienta
Fiesta humana, sacó contento y grave
Su propio corazón: cuando a los vientos
De Norte y Sur vertió su voz sagrada,
La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
¡Se oye que un paso más sube en la sombra! 

Dame el yugo, oh mi madre, de manera
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata.

MI CABALLERO- JOSE MARTI

Por las mañanas
Mi pequeñuelo
Me despertaba
Con un gran beso.
Puesto a horcajadas
Sobre mi pecho,
Bridas forjaba
Con mis cabellos.
Ebrio él de gozo,
De gozo yo ebrio,
Me espoleaba
Mi caballero:
¡Qué suave espuela
Sus dos pies frescos!
¡Cómo reía
Mi jinetuelo!
Y yo besaba
Sus pies pequeños,
¡Dos pies que caben
En solo un beso!

MILONGA DE DOS HERMANOS- JORGE LUIS BORGES

Traiga cuentos la guitarra
de cuando el fierro brillaba,
cuentos de truco y de taba,
de cuadreras y de copas,
cuentos de la Costa Brava
y el Camino de las Tropas.

Venga una historia de ayer
que apreciarán los más lerdos;
el destino no hace acuerdos
y nadie se lo reproche
ya estoy viendo que esta noche
vienen del Sur los recuerdos.

Velay, señores, la historia
de los hermanos Iberra,
hombres de amor y de guerra
y en el peligro primeros,
la flor de los cuchilleros
y ahora los tapa la tierra.

Suelen al hombre perder
la soberbia o la codicia:
también el coraje envicia
a quien le da noche y día
el que era menor debía
más muertes a la justicia.

Cuando Juan Iberra vio
que el menor lo aventajaba,
la paciencia se le acaba
y le fue tendiendo un lazo
le dio muerte de un balazo,
allá por la Costa Brava.

Así de manera fiel
conté la historia hasta el fin;
es la historia de Caín
que sigue matando a Abel.

MILONGA PARA UN ORIENTAL- J.L.BORGES

Milonga que este porteño
dedica a los orientales,
agradeciendo memorias
de tardes y de ceibales.

El sabor de lo oriental
con estas palabras pinto;
es el sabor de lo que es
igual y un poco distinto.

Milonga de tantas cosas
que se van quedando lejos;
la quinta con mirador
y el zócalo de azulejos.

En tu banda sale el sol
apagando la farola
del Cerro y dando alegría
a la arena y a la ola.

Milonga de los troperos
que hartos de tierra y camino
pitaban tabaco negro
en el Paso del Molino.

A orillas del Uruguay,
me acuerdo de aquel matrero
que lo atravesó, prendido
de la cola de su overo.
Milonga del primer tango
que se quebró, nos da igual,
en las casa de Junín
o en las casa de Yerbal.

Como los tientos de un lazo
se entrevera nuestra historia,
esa historia de a caballo
que huele a sangre y a gloria.

Milonga de aquel gauchaje
que arremetió con denuedo
en la pampa, que es pareja,
o en la Cuchilla de Haedo.

¿Quién dirá de quiénes fueron
esas lanzas enemigas
que irá desgastando el tiempo,
si de Ramírez o Artigas?

Para pelear como hermanos
era buena cualquier cancha;
que lo digan los que vieron
su último sol en Cagancha.

Hombro a hombro o pecho a pecho,
cuántas veces cometimos.
¡Cuántas veces nos corrieron,
cuántas veces los corrimos!

Milonga del olvidado
que muere y que no se quejda;
milonga de la garganta
tajeada de oreja a oreja.

Milonga del domador
de potros de casco duro
y de la plata que alegra
el apero del oscuro.

Milonga de la milonga
a la sombra del ombú,
milonga del otro Hernández
que se batió en Paysandú.

Milonga para que el tiempo
vaya borrando fronteras;
por algo tienen los mismos
colores las dos banderas.

julio 22, 2013

Lo que dice una guitarra. Atahualpa Yupanqui

Entre el callao sabedor
Y el que no sabe y conversa
No se precisa mucho
Pa’ ver la gran diferencia.

Cuando suena una guitarra
... Diciendo cosas del campo
Su música pa’ los criollos
Tiene un acento sagrado.

Yo canto cosas pasadas
En mi vida y en mi tierra
A nadie pido silencio
Sino al que sabe de pena.

Lo que dice una guitarra
No lo compriende cualquiera.

Las botas de Secundino. Hector Umpierrez

Que cosa tiene el destino
... ayer, pendiendo de un gancho
bajo el techo de un rancho
de un viejo Gaucho Argentino
las botas de Secundino
me hiciera e un crudo enteco
con que lujo cerró el hueco
del pié con botón de ombligo
me las guardaba un amigo
en San Antonio de Areco.

Me dijo el viejo al sacar
las botas criollas del gancho
que bajo el techo e´su rancho
me las supo guardar
no me las quizo mandar
por miedo que se perdieran
me pidio que se las pusiera
en sus manos Secundino
aura tienen su destino
despues de una larga espera.

Cuando las puso en mi mano
senti como un no se que
un rezo corto ensallé
por el alma del paisano
pense que desde el arcano
me miraba Secundino
pero al volver al camino
pa´mi pago de regreso
le deje en sus manos un beso
al viejo Gaucho Argentino

Que guardo con tanto esmero
pa´mi, el regalo de un muerto
madurao en el abierto
territorio CHUBUSERO
desde que tengo aparcero
ese obsequio campesino
ahi ando por los caminos
con las patas engarradas
con unas botas sobadas
por el viejo Secundino !!!!!!!

julio 07, 2013

INSOMNIO- JOSE ALONSO Y TRELLES

ES DE NOCHE, PASA
REZONGANDO EL VIENTO
QUE DUEBLA LOS SAUCES
CUASI CONTRA EL SUELO.
Y EN EL FONDO ESCURO
DE MI RANCHO VIEJO
TIRAO SOBRE EL CATRE
DE LECHOS DE TIENTO,
AGUAITO LA HORAS
QUE HAN DE  TRAIRME EL SUEÑO.
Y LAS HORAS PASAN
Y NI YO ME DUERMO,
NI DUERME EN LA COSTA
DEL BAÑAO EL TERO
QUE OCASIONES GRITA
 NO SE QUE LAMENTOS
QUE EL CHAJÁ REPITE
DENDE AYÁ MUY LEJOS
..........................
¡PUCHA QUE SON LARGAS
 LAS NOCHES DE INVIERNO!
A TRAVÉS DEL TURBIO
CRISTAL DEL RECUERDO
VAN MIS AÑOS MOZOS
PASANDO MUY LENTOS.
Y DISPUÉS, QUE GOZO
SI A VIVIRLOS GUELVO,
PENSANDO EN LOS DE AHURA
NO SÉ LO QUE SIENTO....
NOVIYOS SIN GUAMPAS,
YEGUAS SIN CENCERROS,
POTROS QUE SE DOMAN
 A FUERZA E CABRESTO
BRETES QUE MATARON
LOS LUJOS CAMPEROS
GAUCHOS QUE NO SABEN
DE VINHA Y CULERO.
PATRONES QUE EN AUTO
VAN A LOS RODEOS....
...........................
¡PUCHA QUE SON LARGAS
 LAS NOCHES DE INVIERNO!
LA PUERTA DEL RANCHO
TIEMBLA PORQUE EL PERRO
TIRITA CONTRA ELLA
DE FRÍO Y DE MIEDO...
TUITO ES HIELO AJUERA,
TUITO ES FRÍO ADENTRO,
Y LAS HORAS PASAN
Y YO NO ME DUERMO;
Y PA PIOR EN LO HONDO
DE MI PENSAMIENTO
BRIYAN ENCENDIDOS
DOS OJOS MATREROS
QUE PERSIGO AL ÑUDO
PÁ QUEDARME EN ELLOS...
SON LOS OJOS BRUJOS
QUE OLVIDAR NO PUEDO,
PORQUE YA PA` SIEMPRE
ME HAN ROBAO EL SUEÑO.
..............................
¡PUCHA QUE SON LARGAS
LAS NOCHES DE INVIERNO!!

julio 03, 2013

MANOS ASPERAS- EMILIO CARLOS TACCONI

Tengo las manos ásperas,
pero hay pan en la mesa,
tengo las manos ásperas,
pero hay luz en la casa.

Tengo las manos ásperas,
me honra su aspereza ,
porque así fueron todas,
las gentes de mi raza.

No me avergonzó nunca
mi heredada pobreza,
ni me achico tampoco
la humildad de mi traza.

Tengo las manos ásperas,
pero hay vino en la mesa,
tengo las manos ásperas,
pero hay paz en la casa.

Mientras en ricos guantes,
tu, las tuyas enfundas,
yo, por llenarme, todo
de asperezas fecundas,
quisiera veinte manos,
en lugar de estas dos.


Pues, si pulir un rumbo
me dejó tales huellas,
después de haber pulido,
la luz de las estrellas,
¡que ásperas las manos,
le habrán quedado a Dios!

junio 29, 2013

Horacio Quiroga- El hijo

El hijo

       
Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí. Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la naturaleza.
-Ten cuidado, chiquito -dice a su hijo, abreviando en esa frase todas las observaciones del caso y que su hijo comprende perfectamente.
-Si, papá -responde la criatura mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado.
-Vuelve a la hora de almorzar -observa aún el padre.
-Sí, papá -repite el chico.
Equilibra la escopeta en la mano, sonríe a su padre, lo besa en la cabeza y parte. Su padre lo sigue un rato con los ojos y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría de su pequeño.
Sabe que su hijo es educado desde su más tierna infancia en el hábito y la precaución del peligro, puede manejar un fusil y cazar no importa qué. Aunque es muy alto para su edad, no tiene sino trece años. Y parecía tener menos, a juzgar por la pureza de sus ojos azules, frescos aún de sorpresa infantil. No necesita el padre levantar los ojos de su quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo.
Ha cruzado la picada roja y se encamina rectamente al monte a través del abra de espartillo.
Para cazar en el monte -caza de pelo- se requiere más paciencia de la que su cachorro puede rendir. Después de atravesar esa isla de monte, su hijo costeará la linde de cactus hasta el bañado, en procura de palomas, tucanes o tal cual casal de garzas, como las que su amigo Juan ha descubierto días anteriores. Sólo ahora, el padre esboza una sonrisa al recuerdo de la pasión cinegética de las dos criaturas. Cazan sólo a veces un yacútoro, un surucuá -menos aún- y regresan triunfales, Juan a su rancho con el fusil de nueve milímetros que él le ha regalado, y su hijo a la meseta con la gran escopeta Saint-Étienne, calibre 16, cuádruple cierre y pólvora blanca.
Él fue lo mismo. A los trece años hubiera dado la vida por poseer una escopeta. Su hijo, de aquella edad, la posee ahora y el padre sonríe...
No es fácil, sin embargo, para un padre viudo, sin otra fe ni esperanza que la vida de su hijo, educarlo como lo ha hecho él, libre en su corto radio de acción, seguro de sus pequeños pies y manos desde que tenía cuatro años, consciente de la inmensidad de ciertos peligros y de la escasez de sus propias fuerzas.
Ese padre ha debido luchar fuertemente contra lo que él considera su egoísmo. ¡Tan fácilmente una criatura calcula mal, sienta un pie en el vacío y se pierde un hijo!
El peligro subsiste siempre para el hombre en cualquier edad; pero su amenaza amengua si desde pequeño se acostumbra a no contar sino con sus propias fuerzas.
De este modo ha educado el padre a su hijo. Y para conseguirlo ha debido resistir no sólo a su corazón, sino a sus tormentos morales; porque ese padre, de estómago y vista débiles, sufre desde hace un tiempo de alucinaciones.
Ha visto, concretados en dolorosísima ilusión, recuerdos de una felicidad que no debía surgir más de la nada en que se recluyó. La imagen de su propio hijo no ha escapado a este tormento. Lo ha visto una vez rodar envuelto en sangre cuando el chico percutía en la morsa del taller una bala de parabellum, siendo así que lo que hacía era limar la hebilla de su cinturón de caza.
Horrible caso... Pero hoy, con el ardiente y vital día de verano, cuyo amor a su hijo parece haber heredado, el padre se siente feliz, tranquilo y seguro del porvenir.
En ese instante, no muy lejos, suena un estampido.
-La Saint-Étienne... -piensa el padre al reconocer la detonación. Dos palomas de menos en el monte...
Sin prestar más atención al nimio acontecimiento, el hombre se abstrae de nuevo en su tarea.
El sol, ya muy alto, continúa ascendiendo. Adónde quiera que se mire -piedras, tierra, árboles-, el aire enrarecido como en un horno, vibra con el calor. Un profundo zumbido que llena el ser entero e impregna el ámbito hasta donde la vista alcanza, concentra a esa hora toda la vida tropical.
El padre echa una ojeada a su muñeca: las doce. Y levanta los ojos al monte. Su hijo debía estar ya de vuelta. En la mutua confianza que depositan el uno en el otro -el padre de sienes plateadas y la criatura de trece años-, no se engañan jamás. Cuando su hijo responde: "Sí, papá", hará lo que dice. Dijo que volvería antes de las doce, y el padre ha sonreído al verlo partir. Y no ha vuelto.
El hombre torna a su quehacer, esforzándose en concentrar la atención en su tarea. ¿Es tan fácil, tan fácil perder la noción de la hora dentro del monte, y sentarse un rato en el suelo mientras se descansa inmóvil?
El tiempo ha pasado; son las doce y media. El padre sale de su taller, y al apoyar la mano en el banco de mecánica sube del fondo de su memoria el estallido de una bala de parabellum, e instantáneamente, por primera vez en las tres transcurridas, piensa que tras el estampido de la Saint-Étienne no ha oído nada más. No ha oído rodar el pedregullo bajo un paso conocido. Su hijo no ha vuelto y la naturaleza se halla detenida a la vera del bosque, esperándolo.
¡Oh! no son suficientes un carácter templado y una ciega confianza en la educación de un hijo para ahuyentar el espectro de la fatalidad que un padre de vista enferma ve alzarse desde la línea del monte. Distracción, olvido, demora fortuita: ninguno de estos nimios motivos que pueden retardar la llegada de su hijo halla cabida en aquel corazón.
Un tiro, un solo tiro ha sonado, y hace mucho. Tras él, el padre no ha oído un ruido, no ha visto un pájaro, no ha cruzado el abra una sola persona a anunciarle que al cruzar un alambrado, una gran desgracia...
La cabeza al aire y sin machete, el padre va. Corta el abra de espartillo, entra en el monte, costea la línea de cactus sin hallar el menor rastro de su hijo.
Pero la naturaleza prosigue detenida. Y cuando el padre ha recorrido las sendas de caza conocidas y ha explorado el bañado en vano, adquiere la seguridad de que cada paso que da en adelante lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo.
Ni un reproche que hacerse, es lamentable. Sólo la realidad fría, terrible y consumada: ha muerto su hijo al cruzar un... ¡Pero dónde, en qué parte! ¡Hay tantos alambrados allí, y es tan, tan sucio el monte! ¡Oh, muy sucio ! Por poco que no se tenga cuidado al cruzar los hilos con la escopeta en la mano...
El padre sofoca un grito. Ha visto levantarse en el aire... ¡Oh, no es su hijo, no! Y vuelve a otro lado, y a otro y a otro...
Nada se ganaría con ver el color de su tez y la angustia de sus ojos. Ese hombre aún no ha llamado a su hijo. Aunque su corazón clama por él a gritos, su boca continúa muda. Sabe bien que el solo acto de pronunciar su nombre, de llamarlo en voz alta, será la confesión de su muerte.
-¡Chiquito! -se le escapa de pronto. Y si la voz de un hombre de carácter es capaz de llorar, tapémonos de misericordia los oídos ante la angustia que clama en aquella voz.
Nadie ni nada ha respondido. Por las picadas rojas de sol, envejecido en diez años, va el padre buscando a su hijo que acaba de morir.
-¡Hijito mío..! ¡Chiquito mío..! -clama en un diminutivo que se alza del fondo de sus entrañas.
Ya antes, en plena dicha y paz, ese padre ha sufrido la alucinación de su hijo rodando con la frente abierta por una bala al cromo níquel. Ahora, en cada rincón sombrío del bosque, ve centellos de alambre; y al pie de un poste, con la escopeta descargada al lado, ve a su...
-¡Chiquito...! ¡Mi hijo!
Las fuerzas que permiten entregar un pobre padre alucinado a la más atroz pesadilla tienen también un límite. Y el nuestro siente que las suyas se le escapan, cuando ve bruscamente desembocar de un pique lateral a su hijo.
A un chico de trece años bástale ver desde cincuenta metros la expresión de su padre sin machete dentro del monte para apresurar el paso con los ojos húmedos.
-Chiquito... -murmura el hombre. Y, exhausto, se deja caer sentado en la arena albeante, rodeando con los brazos las piernas de su hijo.
La criatura, así ceñida, queda de pie; y como comprende el dolor de su padre, le acaricia despacio la cabeza:
-Pobre papá...
En fin, el tiempo ha pasado. Ya van a ser las tres...
Juntos ahora, padre e hijo emprenden el regreso a la casa.
-¿Cómo no te fijaste en el sol para saber la hora...? -murmura aún el primero.
-Me fijé, papá... Pero cuando iba a volver vi las garzas de Juan y las seguí...
-¡Lo que me has hecho pasar, chiquito!
-Piapiá... -murmura también el chico.
Después de un largo silencio:
-Y las garzas, ¿las mataste? -pregunta el padre.
-No.
Nimio detalle, después de todo. Bajo el cielo y el aire candentes, a la descubierta por el abra de espartillo, el hombre vuelve a casa con su hijo, sobre cuyos hombros, casi del alto de los suyos, lleva pasado su feliz brazo de padre. Regresa empapado de sudor, y aunque quebrantado de cuerpo y alma, sonríe de felicidad.
Sonríe de alucinada felicidad... Pues ese padre va solo.
A nadie ha encontrado, y su brazo se apoya en el vacío. Porque tras él, al pie de un poste y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa, su hijo bienamado yace al sol, muerto desde las diez de la mañana.-

Horacio Quiroga- Decalogo del perfecto cuentista

1. Cree en el maestro (Poe, Maupassant, Kipling, Chejov) como en Dios mismo.

2. Cree que tu arte es una cima inaccesible. No sueñes con dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

3. Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que cualquier otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

4. Ten fe ciega, no en tu capacidad para el triunfo sino en el ardor con el que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

5. No empieces a escribir sin saber desde la primera línea adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi siempre la misma importancia que las tres últimas.

6. Si quieres expresar con inquietud esta circunstancia "Desde el río soplaba un viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las expresadas para expresarla. Una vez dueño de las palabras, no te preocupes de observar si son consonantes o asonantes.

7. No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

8. Toma a los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

9. No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala. Si eres capaz de revivirla tal cual fue, has llegado a la mitad del camino.

10. No pienses en los amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en un cuento.

abril 03, 2013

EL OMBU- LUIS L.DOMINGUEZ (ARG. 1810-1898)

Cada comarca en la tierra
Tiene un rasgo prominente:
El Brasil, su sol ardiente;
Minas de plata el Perú,
Montevideo, su cerro;
Buenos Aires, patria hermosa,
Tiene su pampa grandiosa;
La pampa tiene el ombú...

¡El ombú!-Ninguno sabe
En qué tiempo, ni qué mano
En el centro de aquel llano
Su semilla derramó.
Mas su tronco tan nudoso,
Su corteza tan roída,
Bien indican que su vida
Cien inviernos resistió.

Al mirar cómo derrama
Su raíz sobre la tierra,
Y sus dientes allí encierra
Y se afirma con afán,
Parece que alguien le dijo,
Cuando se alzaba altanero:
Ten cuidado del pampero,
Que es tremendo su huracán.

Puesto en medio del desierto
El ombú, como un amigo
Presta a todos el abrigo
De sus ramas con amor.
Hace techo de sus hojas.
Que no filtra el aguacero,
Y a su sombra el sol de enero
Templa el rayo abrasador.

Cual museo de la pampa
Muchas razas él cobija;
La rastrera lagartija
Hace cuevas a su pie,
Todo pájaro hace nido
Del gigante en la cabeza,
Y un enjambre en su corteza
De insectos varios se ve.

Y al teñir la aurora el cielo
De rubí, topacio y oro,
De allí sube a Dios el coro
Que le entona al despertar
Esa pampa, misteriosa
Todavía para el hombre,
Que a una raza da su nombre
Que nadie pudo domar.

Desde esa tumba salvaje,
Que en la llanura se oculta.
Hasta la porción más culta
De la humana sociedad,
Como un linde está la pampa
Sus dominios dividiendo,
Que va el bárbaro cediendo
Palmo a palmo a la ciudad.

Y el rasgo más prominente
De esa tierra donde mora
El salvaje que no adora
Otro dios que el Valichú,
Que en chamal y poncho envuelto
Con los laques en la mano
Va sembrando por el llano
Mudo horror, es el ombú.

¡Cuánta escena vio en silencio!
¡Cuántas voces ha escuchado,
Que en sus hojas ha guardado
Con eterna lealtad!
El estrépito de guerra
A su pie se ha combatido;
Su quietud ha interrumpido
Por amor y libertad.

En su tronco se leen cifras
Grabadas con el cuchillo,
Quizá por algún caudillo,
Que a los indios venció allí;
Por uno de esos valientes,
Dignos de fama y de gloria,
Y que no dejan memoria
Porque nacieron aquí...

A su sombra melancólica
En una noche serena
Amorosa cantilena
Tal vez un gaucho cantó;
Y tan tierna su guitarra
Acompañó sus congojas,
Que el ombú de entre sus hojas
Tomó rocío y lloró.

Sobre su tronco sentado,
El señor de aquella tierra
De su ganado la hierra
Presencia alegre tal vez;
O tomando el matecito
Bajo sus ramos frondosos.
Pone paz a dos esposos,
O en las carreras es juez.

A su pie trazan sus planes
Haciendo círculo al fuego
Los que van a salir luego
A correr el avestruz...
Y quizá para recuerdo
De que allí murió un cristiano
Levantó piadosa mano
Bajo su copa una cruz.

Y si en pos de larga ausencia
Vuelve el gaucho a su partido,
Echa penas al olvido
Cuando alcanza a divisar
El ombú solemne, aislado,
De gallarda, hermosa planta,
Que a las nubes se levanta
Como faro de aquel mar.


febrero 23, 2013

HECTOR UMPIERREZ- FRAGMENTO DE YUYEI

Dende que era muy pichón

Yuyei con el brasilero

Se repartían los cueros

Pa ´dormir en el galpón.

Cuantas noches, en el fogón

Le dijo con voz sentida,

en esas noche perdidas

Estando solos los dos:

“yo quiero que quede en vos

Lo que yo aprendí en la vida”.


Nunca vayas a sacar

Las botas a un caballo muerto

Sin antes saber de cierto

De que murió pa´ cueriar,

Que es fácil de contagiar

El carbunclo, el grano malo.

Primeramente oservalo:

Mal de pajarilla o mancha

Le deja la jeta ancha

Y las patas como palo.


Si hay peligro microbiano

Hasta después de la muerte

El chimango te lo alvierte

Al dejarle el ojo sano.

En esos casos, hermano

Resulta muy conveniente

Lo quemés urgentemente

No dejando ni el recuerdo;

Si murió pa´l lao izquierdo

Y la cabeza al naciente.

febrero 22, 2013

EL AROMO-ROMILDO RISSO INTERPRETADO POR ATAHUALPA YUPANQUI

 
RECITADO:
Hay un aromo nacido
en la grieta de una piedra.
Parece que la rompió
pa’ salir de adentro de ella.
Hay un aromo nacido
en la grieta de una piedra.
Parece que la rompió
pa’ salir de adentro de ella.
Está en un alto pelao,
no tiene ni un yuyo cerca.
Viéndolo solo y florido
tuito el monte lo envidea.
Lo miran a la distancia
árboles y enredaderas,
diciéndose con rencor:
¡Pa’ uno solo, cuánta tierra!
En oro le ofrece al sol
pagar la luz que le presta.
Y como tiene de más,
puñao por el suelo siembra.
RECITADO: Salud, plata y alegría,
tuito al aromo le suebra.
Asegún ven los demás
desde el lugar que lo observan.
Pero hay que dir y fijarse
cómo lo estruja la piedra.
Fijarse que es un martirio
la vida que le envidean.
En ese rajón el árbol
nació por su mala estrella.
Y en vez de morirse triste
se hace flores de sus penas.
Como no tiene reparo
todos los vientos le pegan,
las heladas lo castigan,
l’agua pasa y no se queda.
Ansina vive el aromo
sin que ninguno lo sepa.
Con su poquito de orgullo
porque justo es que lo tenga.
Pero con l’alma tan linda
que no le brota una queja.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas.
RECITADO: Eso habrían de envidiarle
los otros si lo supieran.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas
Pero con l’alma tan linda
que no le brota una queja.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas.
Eso habrían de envidiarle
los otros si lo supieran!
[Texto transcrito directo a partir del audio]

ROMILDO RISSO- ASI LO RECUERDA YUPANQUI

"Romildo Risso, uruguayo. ... Lector de todos los libros. Meditador en todo rumbo que ayude a la claridad del alma. ... Viajero por el largo litoral de anchos ríos callados que nacían allá lejos, donde las aguas brincan furiosas y eternas, en una selva que siempre misteriosa y apasionante, el Mato Grosso. Luego se serenaban, en los cauces profundos, entre barrancos bermejos, y entonces ya tenían su propio nombre: Río Paraná o Río Uruguay. Los hombres de allá arriba, donde se espesa el monte, los denominaban ya, en su dulce lengua, Paraná Miní, o Paraná Guazú. Para nosotros, abajeños, fueron siempre como lo son ahora, el Paraná o el Uruguay. EL río-mar. O el río “color de león”, como lo nombró alguna vez Lugones.
Romildo Risso escribió poemas, coplas, sentencias, toda su vida.
Y durante muchísimos años los ocultó celosamente. Sus relaciones, sus amigos, ignoraban su trabajo en la poesía. Claro, no podían ni adivinarlo. Escribía y guardaba. Alguna vez aparecía en alguna revista uruaguaya o argentina un breve poema gauchesco firmado por Mateo Paracepa. Era Romildo, aquel mateador a toda hora que usaba un mate oriental, boca ancha y bombilla clavada. Brebaje amargo como el desencanto. ¿Alcohol? Ni hablar.

“La juerza está en el alma, no en las botellas”.
Hace muchísimos años nos conocíamos en casa de los Guido, en la ciudad de Rosario. Estaban Pepe y Alfredo Guido, el pintor Ripamonti, el tucumano Eduardo Trejo, el inolvidable Guido Castagnino y Rudecindo Hernández.
Allí se “destapó” el misterio poético de Romildo Risso. Había reunido sus versos bajo el nombre de “Ñandubay”; juntaba ya el otro material para “Aromo”. Tenía a mano los anticipos para “Hombres”, para “Joven amigo”, coleccionaba asuntos para un posible libro que luego llamó "Con las riendas sueltas".
Esa noche nos leyó, sin levantar la voz, algunos poemas. Un gran pudor de hombre custodiaba su temperamento. Opinaba sobre la llamada literatura gauchesca. Decía, por ejemplo: “Claro, hay gente que piensa para escribir  "en gaucho", basta con hablar en guarango…”
Cuando se cantaba sobre un amor desdichado, sobre una ingratitud amorosa, comentaba con su vecino más próximo: “Eso no ha de ser verdad, porque la pena es un secreto gaucho”. Y soltaba de golpe su sentencia: “El que se dice ‘paisano’ y nombra el nombre de una mujer, es porque no ha estado nunca preparado para merecerla”.
Nos hicimos amigos inseparables con don Romildo, a quien jamás le pude ganar una partida de ajedrez. El poeta movía una pieza, me creaba un problema con ese juego. Y mientras yo calculaba posibilidades y soluciones que raramente alcanzaban, Romildo “ensillaba” su amargo, medio tibio ya. Y en un instante hurgaba su bolsillo y extraía un poema que me alcanzaba. “Cuando tenga tiempo, dele un vistazo”.
Muchos poemas me dio don Romildo. A casi todos yo los cantaba usando el modo de la milonga de la provincia de Buenos Aires.
Cierta vez, sus amigos resolvieron publicar sus libros y se constituyo una entidad llamada Agrupación Rioplatense de Literatura Tradicionalista. Don Romildo jamás quiso aceptar un centavo en su beneficio. Mucha gente colaboró con aportes económicos, de acuerdo al sueldo de cada uno, sin sacrificio. Se calculó el precio del libro, según el informe de la imprenta, y si al final cada volumen salía valiendo cinco pesos, Risso dispuso que se entregara al donante tantos libros como correspondían hasta cubrir el aporte.
Para él, nada. Era su voluntad, su decisión. Y así se respetó.
Por ahí andaba, después, sus libros, de mano en mano, prestados, regalados.
Don Romildo estaba “operado” de vanidad. No soportaba el aplauso y se indignaba cuando en las tertulias folklóricas alguien pretendía nombrarlo.
En la Avenida de Mayo, en el subsuelo de un gran hotel, había una “peña criolla”, Solíamos ir con Romildo a escuchar a los cantores. Había siempre un presentador. Cierta njoche, ese mozo tuvo la desdichada idea de pretender destacar su presencia. Comenzó diciendo: “Señores, señoras, se encuentra en la sala un gran poeta criollo, uruguayo…”, y siguió manejando palabras con esa facilidad de los profesionales de la palabra. Yo me quedé solo antes de medio minuto porque Romildo, con su gabardina bajo el brazo, montó las escaleras, puerta afuera, subiendo los escalones de dos en dos. Desapareció. Cuando el lenguaraz lo nombró y amagó con señalarlo, la silla estaba sin nadie.
Como lo conocía bastante, lo comprendí de inmediato. Momentos más tarde, me salí a la calle y lo busqué en un pequeño bar, doscientos metros más allá de la peña. Estaba tomando una taza de té y armando un cigarrillo con gravedad de rito. Me le acerqué y ninguno de los dos comentó nada de lo pasado. Después caminamos por la ancha avenida, Luego nos saludamos y cada cual buscó su vereda. Romildo vivía en Banfield. Yo, en el barrio de Flores.
Romildo era tempranero. A las ocho y media de la mañana ya estaba golpeando la ventana de mi cuarto. Y ya el tablero de ajedrez y el mate. Y siempre un poema queriendo salirse de su bolsillo. Alguna vez yo le cantaba sus asuntos, buscando su opinión, Breve era su juicio. Sin despegar los labios, algo que parecía “hum” abría una pequeña brecha en su silencio. Parecía como si se hubiera atragantado con un palito de la yerba mate. Yo entendía ese lenguaje. Y seguía cantando, confidencialmente, un aire de milonga.
Años después volvió a Montevideo. Cuando supe que un día lo tapó el gran silencio, no lo puede llorar. A Romildo no le hubiera gustado eso. Lo pensé. Evoqué horas, tiempos, andanzas, coplas. Lo sigo haciendo todavía. Usted lo sabe bien, Romildo."

febrero 05, 2013

El rancho- FERNAN SILVA VALDES


Retobado de barro y paja brava;
insociable, huyendo del camino.
No se eleva, se agacha sobre la loma
como un pájaro grande con las alas caídas.

Gozando de estar solo,
y atado a la tranquera a ras de tierra
por el tiento torcido de un sendero,
se defiende del viento con el filo del techo.
Su amigo es el chingolo;
su centinela gaucho el terutero.

Por la boca pequeña de una ventana
apura el mediodía en un solo bostezo:
de mañana despierta con el canto de un gallo
y de noche se duerme con el llanto de un niño

Es creyente a la vez que fatalista:
a supersticioso nadie lo iguala:
se persigna al chistido de la lechuza
o se tapa los ojos por no ver la "luz mala".
Y se encorva de miedo cuando aúllan los perros
-con las cerdas del lomo despeinadas-
porque pasa la Muerte, chúcara e invisible,
montada en pelo
en la yegua sin freno de la leyenda.

Es torvo como el gaucho hasta en su mansedumbre;
como aspira tan poco, nunca sale de pobre;
y guarda con orgullo, como único tesoro,
-expuestas en un marco con alardes artísticos-
la estampa de un caudillo
y una divisa bordada en oro.

Ni altivo, ni bizarro; humilde, nada más;
ignorante a la gracia y al donaire,
adornan su mal gesto curtido de intemperie
un nido de hornero y un clavel del aire.

Es viejo ya, sus quinchas han visto tres patriadas;
agringarse los criollos, acriollarse los gringos;
si no le salen canas le nacen cicatrices,
y aceptando el destino de concluir en tapera,
mira pasar los años y crecer los "gurises",
echado boca abajo y con el lomo al sol.


En los atardeceres en que se pone triste
revisa sus recuerdos de un vistazo hacia adentro,
y encuentra cuatro fechas que lo hicieron vibrar;
cuatro fechas que son
los puntos cardinales de su emoción:
Una boda, un velorio, un nacimiento
y una revolución.

Cuando se quede solo, sin poder contra el viento,
y caiga de rodillas, será tan poca cosa,
su historia tan vulgar: un placer, una cuita,
que cabrá en las seis cuerdas de una guitarra
y en los seis suspiros de una vidalita.
Fernán Silva Valdés
De "Agua del Tiempo"

Mi tapera- Elias Regules


Entre los pastos tirada
como una prenda perdida
y en el silencio escondida
como caricia robada,
completamente rodeada
por el cardo y la flechilla
que como larga golilla
van bajando a la ladera
está una triste tapera
descansando en la cuchilla.

Alli, en ese suelo fué
donde mi rancho se alzaba,
donde contento jugaba,
donde a vivir empecé,
donde cantando ensillé
mil veces al pingo mio,
en esas horas de frío
en que la mañana llora,
cuando se moja la aurora
con el vapor del rocío.

Donde mi vida pasaba
entre goces verdaderos,
donde en los años primeros
satisfecho retozaba,
donde el ombú conversaba
con la calandria cantora,
donde noche seductora
cuidó el sueño de mi cuna,
con un beso de la luna
sobre el techo de totora.

Donde resurgen valientes,
mezcladas con los terrones,
las rosadas ilusiones
de mis horas inocentes,
donde delirios sonrientes
brotar a millares ví,
donde palpitar sentí,
llenas de afecto profundo,
cosas chicas para el mundo
pero grandes para mí.

Donde el aire perfumado
está de risas escrito, y
 donde en cada pastito
hay un recuerdo clavado:
tapera que mi pasado
con colores de amapola
entusiasmada enarbola,
y que siempre que la miro
dejo sobre ella un suspiro
para que no esté tan sola.

Elias Regules

De Corrales a Tranqueras- Osiris por Darnauchans


http://youtu.be/PWOAuGTzGZg