Cada comarca en la tierra
Tiene un rasgo prominente:
El Brasil, su sol ardiente;
Minas de plata el Perú,
Montevideo, su cerro;
Buenos Aires, patria hermosa,
Tiene su pampa grandiosa;
La pampa tiene el ombú...
¡El ombú!-Ninguno sabe
En qué tiempo, ni qué mano
En el centro de aquel llano
Su semilla derramó.
Mas su tronco tan nudoso,
Su corteza tan roída,
Bien indican que su vida
Cien inviernos resistió.
Al mirar cómo derrama
Su raíz sobre la tierra,
Y sus dientes allí encierra
Y se afirma con afán,
Parece que alguien le dijo,
Cuando se alzaba altanero:
Ten cuidado del pampero,
Que es tremendo su huracán.
Puesto en medio del desierto
El ombú, como un amigo
Presta a todos el abrigo
De sus ramas con amor.
Hace techo de sus hojas.
Que no filtra el aguacero,
Y a su sombra el sol de enero
Templa el rayo abrasador.
Cual museo de la pampa
Muchas razas él cobija;
La rastrera lagartija
Hace cuevas a su pie,
Todo pájaro hace nido
Del gigante en la cabeza,
Y un enjambre en su corteza
De insectos varios se ve.
Y al teñir la aurora el cielo
De rubí, topacio y oro,
De allí sube a Dios el coro
Que le entona al despertar
Esa pampa, misteriosa
Todavía para el hombre,
Que a una raza da su nombre
Que nadie pudo domar.
Desde esa tumba salvaje,
Que en la llanura se oculta.
Hasta la porción más culta
De la humana sociedad,
Como un linde está la pampa
Sus dominios dividiendo,
Que va el bárbaro cediendo
Palmo a palmo a la ciudad.
Y el rasgo más prominente
De esa tierra donde mora
El salvaje que no adora
Otro dios que el Valichú,
Que en chamal y poncho envuelto
Con los laques en la mano
Va sembrando por el llano
Mudo horror, es el ombú.
¡Cuánta escena vio en silencio!
¡Cuántas voces ha escuchado,
Que en sus hojas ha guardado
Con eterna lealtad!
El estrépito de guerra
A su pie se ha combatido;
Su quietud ha interrumpido
Por amor y libertad.
En su tronco se leen cifras
Grabadas con el cuchillo,
Quizá por algún caudillo,
Que a los indios venció allí;
Por uno de esos valientes,
Dignos de fama y de gloria,
Y que no dejan memoria
Porque nacieron aquí...
A su sombra melancólica
En una noche serena
Amorosa cantilena
Tal vez un gaucho cantó;
Y tan tierna su guitarra
Acompañó sus congojas,
Que el ombú de entre sus hojas
Tomó rocío y lloró.
Sobre su tronco sentado,
El señor de aquella tierra
De su ganado la hierra
Presencia alegre tal vez;
O tomando el matecito
Bajo sus ramos frondosos.
Pone paz a dos esposos,
O en las carreras es juez.
A su pie trazan sus planes
Haciendo círculo al fuego
Los que van a salir luego
A correr el avestruz...
Y quizá para recuerdo
De que allí murió un cristiano
Levantó piadosa mano
Bajo su copa una cruz.
Y si en pos de larga ausencia
Vuelve el gaucho a su partido,
Echa penas al olvido
Cuando alcanza a divisar
El ombú solemne, aislado,
De gallarda, hermosa planta,
Que a las nubes se levanta
Como faro de aquel mar.
abril 03, 2013
febrero 23, 2013
HECTOR UMPIERREZ- FRAGMENTO DE YUYEI
Dende que era
muy pichón
Yuyei con el
brasilero
Se repartían
los cueros
Pa ´dormir en
el galpón.
Cuantas
noches, en el fogón
Le dijo con
voz sentida,
en esas noche
perdidas
Estando solos
los dos:
“yo quiero
que quede en vos
Lo que yo
aprendí en la vida”.
Nunca vayas a
sacar
Las botas a
un caballo muerto
Sin antes
saber de cierto
De que murió
pa´ cueriar,
Que es fácil
de contagiar
El carbunclo,
el grano malo.
Primeramente
oservalo:
Mal de
pajarilla o mancha
Le deja la
jeta ancha
Y las patas
como palo.
Si hay
peligro microbiano
Hasta después
de la muerte
El chimango
te lo alvierte
Al dejarle el
ojo sano.
En esos
casos, hermano
Resulta muy
conveniente
Lo quemés
urgentemente
No dejando ni
el recuerdo;
Si murió pa´l
lao izquierdo
Y la cabeza
al naciente.
febrero 22, 2013
EL AROMO-ROMILDO RISSO INTERPRETADO POR ATAHUALPA YUPANQUI
RECITADO:
Hay un aromo nacido
en la grieta de una piedra.
Parece que la rompió
pa’ salir de adentro de ella.
Hay un aromo nacido
en la grieta de una piedra.
Parece que la rompió
pa’ salir de adentro de ella.
Hay un aromo nacido
en la grieta de una piedra.
Parece que la rompió
pa’ salir de adentro de ella.
en la grieta de una piedra.
Parece que la rompió
pa’ salir de adentro de ella.
Está en un alto pelao,
no tiene ni un yuyo cerca.
Viéndolo solo y florido
tuito el monte lo envidea.
no tiene ni un yuyo cerca.
Viéndolo solo y florido
tuito el monte lo envidea.
Lo miran a la distancia
árboles y enredaderas,
diciéndose con rencor:
¡Pa’ uno solo, cuánta tierra!
árboles y enredaderas,
diciéndose con rencor:
¡Pa’ uno solo, cuánta tierra!
En oro le ofrece al sol
pagar la luz que le presta.
Y como tiene de más,
puñao por el suelo siembra.
pagar la luz que le presta.
Y como tiene de más,
puñao por el suelo siembra.
RECITADO: Salud, plata y alegría,
tuito al aromo le suebra.
Asegún ven los demás
desde el lugar que lo observan.
tuito al aromo le suebra.
Asegún ven los demás
desde el lugar que lo observan.
Pero hay que dir y fijarse
cómo lo estruja la piedra.
Fijarse que es un martirio
la vida que le envidean.
cómo lo estruja la piedra.
Fijarse que es un martirio
la vida que le envidean.
En ese rajón el árbol
nació por su mala estrella.
Y en vez de morirse triste
se hace flores de sus penas.
nació por su mala estrella.
Y en vez de morirse triste
se hace flores de sus penas.
Como no tiene reparo
todos los vientos le pegan,
las heladas lo castigan,
l’agua pasa y no se queda.
todos los vientos le pegan,
las heladas lo castigan,
l’agua pasa y no se queda.
Ansina vive el aromo
sin que ninguno lo sepa.
Con su poquito de orgullo
porque justo es que lo tenga.
sin que ninguno lo sepa.
Con su poquito de orgullo
porque justo es que lo tenga.
Pero con l’alma tan linda
que no le brota una queja.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas.
que no le brota una queja.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas.
RECITADO: Eso habrían de envidiarle
los otros si lo supieran.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas
los otros si lo supieran.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas
Pero con l’alma tan linda
que no le brota una queja.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas.
que no le brota una queja.
Que no teniendo alegrías
se hace flores de sus penas.
Eso habrían de envidiarle
los otros si lo supieran!
los otros si lo supieran!
[Texto transcrito directo a partir del audio]
ROMILDO RISSO- ASI LO RECUERDA YUPANQUI
"Romildo Risso, uruguayo. ... Lector de todos los libros. Meditador en todo rumbo que ayude a la claridad del alma. ... Viajero por el largo litoral de anchos ríos callados que nacían allá lejos, donde las aguas brincan furiosas y eternas, en una selva que siempre misteriosa y apasionante, el Mato Grosso. Luego se serenaban, en los cauces profundos, entre barrancos bermejos, y entonces ya tenían su propio nombre: Río Paraná o Río Uruguay. Los hombres de allá arriba, donde se espesa el monte, los denominaban ya, en su dulce lengua, Paraná Miní, o Paraná Guazú. Para nosotros, abajeños, fueron siempre como lo son ahora, el Paraná o el Uruguay. EL río-mar. O el río “color de león”, como lo nombró alguna vez Lugones.
Romildo Risso escribió poemas, coplas, sentencias, toda su vida.
Y durante muchísimos años los ocultó celosamente. Sus relaciones, sus amigos, ignoraban su trabajo en la poesía. Claro, no podían ni adivinarlo. Escribía y guardaba. Alguna vez aparecía en alguna revista uruaguaya o argentina un breve poema gauchesco firmado por Mateo Paracepa. Era Romildo, aquel mateador a toda hora que usaba un mate oriental, boca ancha y bombilla clavada. Brebaje amargo como el desencanto. ¿Alcohol? Ni hablar.
“La juerza está en el alma, no en las botellas”.
Hace muchísimos años nos conocíamos en casa de los Guido, en la ciudad de Rosario. Estaban Pepe y Alfredo Guido, el pintor Ripamonti, el tucumano Eduardo Trejo, el inolvidable Guido Castagnino y Rudecindo Hernández.
Allí se “destapó” el misterio poético de Romildo Risso. Había reunido sus versos bajo el nombre de “Ñandubay”; juntaba ya el otro material para “Aromo”. Tenía a mano los anticipos para “Hombres”, para “Joven amigo”, coleccionaba asuntos para un posible libro que luego llamó "Con las riendas sueltas".
Esa noche nos leyó, sin levantar la voz, algunos poemas. Un gran pudor de hombre custodiaba su temperamento. Opinaba sobre la llamada literatura gauchesca. Decía, por ejemplo: “Claro, hay gente que piensa para escribir "en gaucho", basta con hablar en guarango…”
Cuando se cantaba sobre un amor desdichado, sobre una ingratitud amorosa, comentaba con su vecino más próximo: “Eso no ha de ser verdad, porque la pena es un secreto gaucho”. Y soltaba de golpe su sentencia: “El que se dice ‘paisano’ y nombra el nombre de una mujer, es porque no ha estado nunca preparado para merecerla”.
Nos hicimos amigos inseparables con don Romildo, a quien jamás le pude ganar una partida de ajedrez. El poeta movía una pieza, me creaba un problema con ese juego. Y mientras yo calculaba posibilidades y soluciones que raramente alcanzaban, Romildo “ensillaba” su amargo, medio tibio ya. Y en un instante hurgaba su bolsillo y extraía un poema que me alcanzaba. “Cuando tenga tiempo, dele un vistazo”.
Muchos poemas me dio don Romildo. A casi todos yo los cantaba usando el modo de la milonga de la provincia de Buenos Aires.
Cierta vez, sus amigos resolvieron publicar sus libros y se constituyo una entidad llamada Agrupación Rioplatense de Literatura Tradicionalista. Don Romildo jamás quiso aceptar un centavo en su beneficio. Mucha gente colaboró con aportes económicos, de acuerdo al sueldo de cada uno, sin sacrificio. Se calculó el precio del libro, según el informe de la imprenta, y si al final cada volumen salía valiendo cinco pesos, Risso dispuso que se entregara al donante tantos libros como correspondían hasta cubrir el aporte.
Para él, nada. Era su voluntad, su decisión. Y así se respetó.
Por ahí andaba, después, sus libros, de mano en mano, prestados, regalados.
Don Romildo estaba “operado” de vanidad. No soportaba el aplauso y se indignaba cuando en las tertulias folklóricas alguien pretendía nombrarlo.
En la Avenida de Mayo, en el subsuelo de un gran hotel, había una “peña criolla”, Solíamos ir con Romildo a escuchar a los cantores. Había siempre un presentador. Cierta njoche, ese mozo tuvo la desdichada idea de pretender destacar su presencia. Comenzó diciendo: “Señores, señoras, se encuentra en la sala un gran poeta criollo, uruguayo…”, y siguió manejando palabras con esa facilidad de los profesionales de la palabra. Yo me quedé solo antes de medio minuto porque Romildo, con su gabardina bajo el brazo, montó las escaleras, puerta afuera, subiendo los escalones de dos en dos. Desapareció. Cuando el lenguaraz lo nombró y amagó con señalarlo, la silla estaba sin nadie.
Como lo conocía bastante, lo comprendí de inmediato. Momentos más tarde, me salí a la calle y lo busqué en un pequeño bar, doscientos metros más allá de la peña. Estaba tomando una taza de té y armando un cigarrillo con gravedad de rito. Me le acerqué y ninguno de los dos comentó nada de lo pasado. Después caminamos por la ancha avenida, Luego nos saludamos y cada cual buscó su vereda. Romildo vivía en Banfield. Yo, en el barrio de Flores.
Romildo era tempranero. A las ocho y media de la mañana ya estaba golpeando la ventana de mi cuarto. Y ya el tablero de ajedrez y el mate. Y siempre un poema queriendo salirse de su bolsillo. Alguna vez yo le cantaba sus asuntos, buscando su opinión, Breve era su juicio. Sin despegar los labios, algo que parecía “hum” abría una pequeña brecha en su silencio. Parecía como si se hubiera atragantado con un palito de la yerba mate. Yo entendía ese lenguaje. Y seguía cantando, confidencialmente, un aire de milonga.
Años después volvió a Montevideo. Cuando supe que un día lo tapó el gran silencio, no lo puede llorar. A Romildo no le hubiera gustado eso. Lo pensé. Evoqué horas, tiempos, andanzas, coplas. Lo sigo haciendo todavía. Usted lo sabe bien, Romildo."
Romildo Risso escribió poemas, coplas, sentencias, toda su vida.
Y durante muchísimos años los ocultó celosamente. Sus relaciones, sus amigos, ignoraban su trabajo en la poesía. Claro, no podían ni adivinarlo. Escribía y guardaba. Alguna vez aparecía en alguna revista uruaguaya o argentina un breve poema gauchesco firmado por Mateo Paracepa. Era Romildo, aquel mateador a toda hora que usaba un mate oriental, boca ancha y bombilla clavada. Brebaje amargo como el desencanto. ¿Alcohol? Ni hablar.
“La juerza está en el alma, no en las botellas”.
Hace muchísimos años nos conocíamos en casa de los Guido, en la ciudad de Rosario. Estaban Pepe y Alfredo Guido, el pintor Ripamonti, el tucumano Eduardo Trejo, el inolvidable Guido Castagnino y Rudecindo Hernández.
Allí se “destapó” el misterio poético de Romildo Risso. Había reunido sus versos bajo el nombre de “Ñandubay”; juntaba ya el otro material para “Aromo”. Tenía a mano los anticipos para “Hombres”, para “Joven amigo”, coleccionaba asuntos para un posible libro que luego llamó "Con las riendas sueltas".
Esa noche nos leyó, sin levantar la voz, algunos poemas. Un gran pudor de hombre custodiaba su temperamento. Opinaba sobre la llamada literatura gauchesca. Decía, por ejemplo: “Claro, hay gente que piensa para escribir "en gaucho", basta con hablar en guarango…”
Cuando se cantaba sobre un amor desdichado, sobre una ingratitud amorosa, comentaba con su vecino más próximo: “Eso no ha de ser verdad, porque la pena es un secreto gaucho”. Y soltaba de golpe su sentencia: “El que se dice ‘paisano’ y nombra el nombre de una mujer, es porque no ha estado nunca preparado para merecerla”.
Nos hicimos amigos inseparables con don Romildo, a quien jamás le pude ganar una partida de ajedrez. El poeta movía una pieza, me creaba un problema con ese juego. Y mientras yo calculaba posibilidades y soluciones que raramente alcanzaban, Romildo “ensillaba” su amargo, medio tibio ya. Y en un instante hurgaba su bolsillo y extraía un poema que me alcanzaba. “Cuando tenga tiempo, dele un vistazo”.
Muchos poemas me dio don Romildo. A casi todos yo los cantaba usando el modo de la milonga de la provincia de Buenos Aires.
Cierta vez, sus amigos resolvieron publicar sus libros y se constituyo una entidad llamada Agrupación Rioplatense de Literatura Tradicionalista. Don Romildo jamás quiso aceptar un centavo en su beneficio. Mucha gente colaboró con aportes económicos, de acuerdo al sueldo de cada uno, sin sacrificio. Se calculó el precio del libro, según el informe de la imprenta, y si al final cada volumen salía valiendo cinco pesos, Risso dispuso que se entregara al donante tantos libros como correspondían hasta cubrir el aporte.
Para él, nada. Era su voluntad, su decisión. Y así se respetó.
Por ahí andaba, después, sus libros, de mano en mano, prestados, regalados.
Don Romildo estaba “operado” de vanidad. No soportaba el aplauso y se indignaba cuando en las tertulias folklóricas alguien pretendía nombrarlo.
En la Avenida de Mayo, en el subsuelo de un gran hotel, había una “peña criolla”, Solíamos ir con Romildo a escuchar a los cantores. Había siempre un presentador. Cierta njoche, ese mozo tuvo la desdichada idea de pretender destacar su presencia. Comenzó diciendo: “Señores, señoras, se encuentra en la sala un gran poeta criollo, uruguayo…”, y siguió manejando palabras con esa facilidad de los profesionales de la palabra. Yo me quedé solo antes de medio minuto porque Romildo, con su gabardina bajo el brazo, montó las escaleras, puerta afuera, subiendo los escalones de dos en dos. Desapareció. Cuando el lenguaraz lo nombró y amagó con señalarlo, la silla estaba sin nadie.
Como lo conocía bastante, lo comprendí de inmediato. Momentos más tarde, me salí a la calle y lo busqué en un pequeño bar, doscientos metros más allá de la peña. Estaba tomando una taza de té y armando un cigarrillo con gravedad de rito. Me le acerqué y ninguno de los dos comentó nada de lo pasado. Después caminamos por la ancha avenida, Luego nos saludamos y cada cual buscó su vereda. Romildo vivía en Banfield. Yo, en el barrio de Flores.
Romildo era tempranero. A las ocho y media de la mañana ya estaba golpeando la ventana de mi cuarto. Y ya el tablero de ajedrez y el mate. Y siempre un poema queriendo salirse de su bolsillo. Alguna vez yo le cantaba sus asuntos, buscando su opinión, Breve era su juicio. Sin despegar los labios, algo que parecía “hum” abría una pequeña brecha en su silencio. Parecía como si se hubiera atragantado con un palito de la yerba mate. Yo entendía ese lenguaje. Y seguía cantando, confidencialmente, un aire de milonga.
Años después volvió a Montevideo. Cuando supe que un día lo tapó el gran silencio, no lo puede llorar. A Romildo no le hubiera gustado eso. Lo pensé. Evoqué horas, tiempos, andanzas, coplas. Lo sigo haciendo todavía. Usted lo sabe bien, Romildo."
febrero 05, 2013
El rancho- FERNAN SILVA VALDES
Retobado de barro y paja brava; insociable, huyendo del camino. No se eleva, se agacha sobre la loma como un pájaro grande con las alas caídas. Gozando de estar solo, y atado a la tranquera a ras de tierra por el tiento torcido de un sendero, se defiende del viento con el filo del techo. Su amigo es el chingolo; su centinela gaucho el terutero. Por la boca pequeña de una ventana apura el mediodía en un solo bostezo: de mañana despierta con el canto de un gallo y de noche se duerme con el llanto de un niño Es creyente a la vez que fatalista: a supersticioso nadie lo iguala: se persigna al chistido de la lechuza o se tapa los ojos por no ver la "luz mala". Y se encorva de miedo cuando aúllan los perros -con las cerdas del lomo despeinadas- porque pasa la Muerte, chúcara e invisible, montada en pelo en la yegua sin freno de la leyenda. Es torvo como el gaucho hasta en su mansedumbre; como aspira tan poco, nunca sale de pobre; y guarda con orgullo, como único tesoro, -expuestas en un marco con alardes artísticos- la estampa de un caudillo y una divisa bordada en oro. Ni altivo, ni bizarro; humilde, nada más; ignorante a la gracia y al donaire, adornan su mal gesto curtido de intemperie un nido de hornero y un clavel del aire. Es viejo ya, sus quinchas han visto tres patriadas; agringarse los criollos, acriollarse los gringos; si no le salen canas le nacen cicatrices, y aceptando el destino de concluir en tapera, mira pasar los años y crecer los "gurises", echado boca abajo y con el lomo al sol. En los atardeceres en que se pone triste revisa sus recuerdos de un vistazo hacia adentro, y encuentra cuatro fechas que lo hicieron vibrar; cuatro fechas que son los puntos cardinales de su emoción: Una boda, un velorio, un nacimiento y una revolución. Cuando se quede solo, sin poder contra el viento, y caiga de rodillas, será tan poca cosa, su historia tan vulgar: un placer, una cuita, que cabrá en las seis cuerdas de una guitarra y en los seis suspiros de una vidalita. |
Fernán Silva Valdés
De "Agua del Tiempo"
De "Agua del Tiempo"
Mi tapera- Elias Regules
Entre los pastos tirada
como una prenda perdida
y en el silencio escondida
como caricia robada,
completamente rodeada
por el cardo y la flechilla
que como larga golilla
van bajando a la ladera
está una triste tapera
descansando en la cuchilla.
Alli, en ese suelo fué
donde mi rancho se alzaba,
donde contento jugaba,
donde a vivir empecé,
donde cantando ensillé
mil veces al pingo mio,
en esas horas de frío
en que la mañana llora,
cuando se moja la aurora
con el vapor del rocío.
Donde mi vida pasaba
entre goces verdaderos,
donde en los años primeros
satisfecho retozaba,
donde el ombú conversaba
con la calandria cantora,
donde noche seductora
cuidó el sueño de mi cuna,
con un beso de la luna
sobre el techo de totora.
Donde resurgen valientes,
mezcladas con los terrones,
las rosadas ilusiones
de mis horas inocentes,
donde delirios sonrientes
brotar a millares ví,
donde palpitar sentí,
llenas de afecto profundo,
cosas chicas para el mundo
pero grandes para mí.
Donde el aire perfumado
está de risas escrito, y
donde en cada pastito
hay un recuerdo clavado:
tapera que mi pasado
con colores de amapola
entusiasmada enarbola,
y que siempre que la miro
dejo sobre ella un suspiro
para que no esté tan sola.
Elias Regules
Suscribirse a:
Entradas (Atom)