enero 19, 2013

FAUSTO PARTE 2-ESTANISLAO DEL CAMPO

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- II -

-Como a eso de la oración,
aura cuatro o cinco noches,
vide una fila de coches
contra el tiatro de Colón.
La gente en el corredor,

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como hacienda amontonada,
pujaba desesperada
por llegar al mostrador.
Allí a juerza de sudar,
y a punta de hombro y de codo,

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hice, amigaso, de modo
que al fin me pude arrimar.
Cuando compré mi dentrada
y di güelta,... ¡Cristo mío!
Estaba pior el gentío

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que una mar alborotada.
Era a causa de una vieja
que le había dao el mal...
-Y si es chico ese corral
¿A que encierran tanta oveja?

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-Ahí verá: -por fin, cuñao,
a juerza de arrempujón,
salí como mancarrón
que lo sueltan trasijao.

Mis botas nuevas quedaron

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lo propio que picadillo,
y el fleco del calsoncillo
hilo a hilo me sacaron.
Y para colmo, cuñao,
de toda esta desventura,

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el puñal, de la cintura,
me lo habían refalao.
-Algún gringo como luz
para la uña, ha de haber sido.
-¡Y no haberlo yo sentido!

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En fin, ya le hice la cruz.
Medio cansao y tristón
por la pérdida, dentré
y una escalera trepé
con cieno y un escalón.

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Llegué a un alto, finalmente,
anda va la paisanada,
que era la última camada
en la estiba de la gente.
Ni bien me había sentao,

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rompió de golpe la banda,
que detrás de una baranda
la habían acomodao.
Y ya tamién se corrió
un lienzo grande, de modo,

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que a dentrar con flete y todo
me aventa, creameló.
Atrás de aquel cortinao,
un Dotor apareció,
que asigún oí decir yo,

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era un tal Fausto, mentao.
-¿Dotor dice? Coronel
de la otra banda, amigaso;
lo conozco a ese criollaso
porque he servido con él.

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-Yo tamién lo conocí
pero el pobre ya murió:
¡Bastantes veces montó
un saino que yo le di!
Dejeló al que está en el cielo,

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que es otro Fausto el que digo,
pues bien puede haber, amigo,
dos burros del mesmo pelo.
-No he visto gaucho más quiebra
para retrucar ¡ahijuna!...

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-Dejemé hacer, Don Laguna,
dos gárgaras de giñebra.
Pues como le iba diciendo,
el Dotor apareció,
y, en público, se quejó

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de que andaba padeciendo.
Dijo que nada podía
con la cencia que estudió
que él a una rubia quería,
pero que a él la rubia no.

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Que al ñudo la pastoriaba
dende el nacer de la aurora,
pues de noche y a toda hora
siempre tras de ella lloraba.
Que de mañana a ordeñar

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salía muy currutaca,
que él le maniaba la vaca,
pero pare de contar.
Que cansado de sufrir,
y cansado de llorar,

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al fin se iba a envenenar
porque eso no era vivir.
El hombre allí renegó,
tiró contra el suelo el gorro,
y por fin, en su socorro,

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al mesmo Diablo llamó.
¡Nunca lo hubiera llamao!
¡Viera sustaso por Cristo!
¡Ahí mesmo, jediendo a misto,
se apareció el condenao!

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Hace bien: persinesé
que lo mesmito hice yo,
-¿Y como no disparó?
-Yo mesmo no sé porqué.
¡Viera al Diablo! Uñas de gato,

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flacón, un sable largote,
gorro con pluma, capote,
y una barba de chivato.
Medias hasta la berija,
con cada ojo como un charco,

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y cada ceja era un arco
para correr la sortija.
"Aquí estoy a su mandao
cuente con un servidor."
Le dijo el Diablo al Dotor,

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que estaba medio asonsao.
"Mi Dotor no se me asuste
que yo lo vengo a servir
pida lo que ha de pedir
y ordenemé lo que guste."

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El Dotor medio asustao
le contestó qué se juese...
-Hizo bien: ¿no le parece?
-Dejuramente, cuñao.
Pero el Diablo comenzó

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a alegar gastos de viaje,
y a medio darle coraje
hasta que lo engatuzó.
-¿No era un Dotor muy projundo?
¿Cómo se dejó engañar?

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-Mandinga es capaz de dar
diez güeltas a medio mundo.
El Diablo volvió a decir:-
"Mi Dotor no se me asuste,
ordenemé en lo que guste,

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pida lo que ha de pedir."
"Si quiere plata tendrá
mi bolsa siempre está llena,
y más rico que Anchorena
con decir quiero, será.

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No es por la plata que lloro,
Don Fausto le contestó
otra cosa quiero yo
mil veces mejor que el oro.
"Yo todo le puedo dar,

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retrucó el Ray del Infierno,
diga: -¿Quiere ser Gobierno?
Pues no tiene más que hablar."
-No quiero plata ni mando,
dijo Don Fausto, yo quiero

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el corazón todo entero
de quien me tiene penando.
No bien esto el Diablo oyó,
soltó una risa tan fiera,
que toda la noche entera

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en mis orejas sonó.
Dio en el suelo una patada,
una paré se partió,
y el Dotor, fulo, miró
a su prenda idolatrada.

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-¡Canejo!... ¿Será verdá?
¿Sabe que se me hace cuento?
-No crea que yo le miento:
lo ha visto media ciudá.
¡Ah Don Laguna! ¡si viera

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que rubia!... Creameló:
creí que estaba viendo yo
alguna virgen de cera.
Vestido azul, medio alzao,
se apareció la muchacha:

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pelo de oro, como hilacha
de choclo recién cortao.
Blanca como una cuajada,
y celeste la pollera,
Don Laguna, si aquello era

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mirar a la Inmaculada.
Era cada ojo un lucero,
sus dientes, perlas del mar,
y un clavel al reventar
era su boca, aparcero.

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Ya enderezó como loco
el Dotor cuanto la vio,
pero el Diablo lo atajó
diciendolé: -"Poco a poco:
Si quiere, hagamos un pato:

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usté su alma me ha de dar,
y en todo lo he de ayudar
le parece bien el trato?"
Como el Dotor consintió.
El Diablo sacó un papel

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y lo hizo firmar en él
cuanto la gana le dio.
-¡Dotor, y hacer ese trato!
-¿Qué quiere hacerle, cuñao,
si se topó ese abogao

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con la horma de su zapato?
Ha de saber que el Dotor
era dentrao en edá,
asina es que estaba ya
bichoco para el amor.

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Por eso al dir a entregar
la contrata consabida,
dijo: -"Habrá alguna bebida
que me pueda remozar?"
Yo no se que brujería,

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misto, mágica o polvito
le echó el Diablo y... ¡Dios bendito!
¡Quién demonios lo creería!
¿Nunca ha visto usté a un gusano
volverse una mariposa?

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Pues allí la mesma cosa
le pasó al Dotor, paisano.
Canas, gorro y casacón
de pronto se vaporaron,
y en el Dotor ver dejaron

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a un donoso mocetón.
-¿Que dice?...¡barbaridá!...
¡Cristo padre!... ¿Será cierto?
-Mire: -Que me caiga muerto
si no es la pura verdá.

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El Diablo entonces mandó
a la rubia que se juese,
y que le paré se uniese,
y la cortina cayó.
A juerza de tanto hablar

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se me ha secao el gargüero:
pase el frasco compañero...
-¡Pues no se lo he de pasar!

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