Para hacerlas, se sacaba entero el cuero de las patas traseras de un potro; una vez limpios de todo pellejo y bien sobados, esos tubos de cuero, con la parte del pelo hacia afuera -dejándolo o afeitándolo, a gusto de su dueño- se amoldaban a las piernas y pies del hombre; el ángulo que forma el garrón servía de talonera, y la parte superior, ajustada con un tiento o liga, de caña.
Las puntas de la bota se dejaban, a veces, abiertas totalmente o en parte, y por esa abertura salían los dedos de los pies, que los jinetes llevaban desnudos para estribar "entre los dedos" o sea de acuerdo con las costumbres de aquella época.
Se llegó a comercializary se vendían a ocho reales las botas blancas y a seis, las otras.
Una bota similar a la descripta, menos frecuente, pues sólo la usaban los gauchos ricos o elegantes que resultaban caras y poco durables, era la que se confeccionaba con cuero de tigre o gato montés, dejándole el pelo con todo su colorido.
Se prefería la piel de caballo blanco por su aspecto delicado semejante al pergamino.
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