Tuve en mi pago en un tiempo
hijos, hacienda y mujer,
pero empecé a
padecer,
me echaron a la frontera,
¡Y que iba a hallar al volver!
tan
solo allé la tapera.
Sosegao vivía en mi rancho
como el pájaro en su
nido,
allí mis hijos queridosa
iban creciendo a mi lao...
sólo queda al
desgraciao
lamentar el bien perdido.
Mi gala en las pulperías
era,
en habiendo mas gente,
ponerme medio caliente,
pues cuando puntiao me
encuentro
me salen coplas de adentro
como agua de la
virtiente.
Cantando estaba una vez
en una gran diversión,
y
aprovecho la ocasión
como quiso el Juez de Paz...
se presentó, y ahi
nomás
hizo arriada en montón.
Juyeron los más matreros
y lograron
escapar:
yo no quise disparar,
soy manso y no había porqué,
muy
tranquilo me quedé
y ansi me dejé agarrar
Allí un gringo con un
órgano
y una mona que bailaba,
haciéndonos rair estaba,
cuanto le tocó
el arreo,
¡tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo
lloraba!.
Hasta un inglés zanjiador
que decía en la última
guerra
que él era de Inca-la-perra
y que no queria servir,
tambien tuvo
que juir
a guarecerse en la sierra.
Ni los mirones salvaron
de esa
arriada de mi flor,
fué acoyarao el cantor
con el gringo de la mona,
a
uno solo, por favor,
logró salvar la patrona.
Formaron un
contingente
con los que del baile arriaron,
con otros nos
mesturaron,
que habían agarrao también,
las cosas que aquí se ven
ni
los diablos las pensaron.
A mí el Juez me tomó entre ojos
en la ultima
votación:
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él
dijo que yo servía
a los de la esposición.
Y ansí sufrí ese
castigo
tal vez por culpas ajenas,
que sean malas o sean güenas
las
listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me
enllenan.
Al mandarnos nos hicieron
mas promesas que a un altar,
el
Juez nos jué a proclamar
y nos dijo muchas veces:
muchachos, a los seis
meses
los van a ir a relevar.
Yo llevé un moro de
número
¡sobresaliente el matucho!
con él gané en Ayacucho
mas plata que
agua bendita:
siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un
pucho.
Y cargué sin dar mas güeltas
con las prendas que
tenía:
jergas, ponchos, todo cuanto había
en casa, tuito lo alcé:
a mi
china la dejé
medio desnuda ese día.
No me falta una guasca
-esa
ocasión eche el resto-,
bozal,maniador, cabresto,
lazo, bolas y
manea...
¡el que hoy tan pobre me vea
tal vez no creerá todo
esto!.
Ansí en mi moro, escarciando,
enderecé a la
frontera.
¡Aparcero si uste viera
lo que se llama cantón!...
ni envidia
tengo al ratón
en aquella ratonera.
De los pobres que allí había
a
ninguno lo largaron,
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se
quejó
en seguida lo estaquiaron,
y la cosa se acabó.
En la lista de
la tarde
el jefe nos cantó el punto
diciendo: -Quinientos
juntos
llevará el que se resierte;
lo haremos pitar del juerte,
mas
bien dése por dijunto-.
A naides le dieron armas,
pues toditas las que
había
el Coronel las tenía,
sigun dijo esa ocasión,
pa repartirlas el
día
en que hubiera una invasión.
al principio nos dejaron
de haraganes
criando sebo,
pero después... no me atrevo
a decir lo que
pasaba...
¡barajo!... si nos trataban
como se trata a
malevos.
Porque todo era jugarle
por los lomos con la espada,
y
aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en palermo,
le daban cada
cepiada
que lo dejaban enfermo.
!Y que indios, ni que servicio;
si
allí no había ni cuartel!
nos mandaba el Coronel
a trabajar en sus
chacras,
y dejábamos las vacas
que las llevara el infiel.
Yo
primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un
tapial,
hice un quincho, corté paja...
¡la pucha que se trabaja
sin que
le larguen un rial!.
Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda
hinchando el lomo
se le apean como un plomo...
¡quién aguanta aquel
infierno!
si eso es servir al gobierno,
a mi no me gusta el
cómo.
Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros;
y los
indios, le asiguro
dentraban cuando querían:
como no los
perseguían,
siempre andaban sin apuro.
A veces decía al volver
del
campo la descubierta
que estuvieramos alerta,
que andaba adentro la
indiada,
porque había una rastrillada
o estaba una yegua
muerta.
Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión,
y
caibamos al cantón
en pelos y hasta enancaos,
sin armas, cuatro
pelaos
que ibamos a hacer jabón.
Ahi empezaba el afán
-se entiende,
de puro vicio-
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
con un
estrutor... ¡que... bruta!
que nunca sabía su oficio.
Daban entonces
las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
con
ataduras de tiento...
las de juego no las cuento
porque no había
municiones.
Y un sargento chamuscao
me contó que las tenían
pero
que ellos la vendían
para cazar avestruzes;
y asi andaban noche y
día
déle bala a los ñanduses.
Y cuando se iban los indios
con lo
que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si
no se llevaban más
es porque no habían hallao.
Allí sí, se ven
desgracias
y lágrimas y afliciones;
naides le pida perdones
al indio:
pues donde dentra,
roba y mata cuanto encuentra
y quema las
poblaciones.
No salvan de su juror
ni los pobres angelitos;
viejos,
mozos y chiquitos
los mata del mesmo modo:
que el indio lo arregla
todo
con la lanza y con gritos.
Tiemblan las carnes al
verlo
volando al viento la cerda,
la rienda en la mano izquierda
y la
lanza en la derecha;
ande enderieza habre brecha
pues no hay lanzazo que
pierda.
Hace trotiadas tremendas
desde el fondo del desierto;
ansí
llega medio muerto
de hambre, de sé y de fatiga;
pero el indio es una
hormiga
que día y noche esta despierto.
Sabe manejar las bolas
como
naides las maneja;
cuanto el contrario se aleja,
manda una bola
perdida,
y si lo alcanza, sin vida
es siguro que lo deja.
Y el
indio es como tortuga
de duro para espichar;
si lo llega a destripar
ni
siquiera se le encoge;
luego sus tripas recoge,
y se agacha a
disparar.
hacían el robo a su gusto
y después se iban de arriba;
se
llevaban las cautivas,
y nos contaban que a veces
les descarnaban los
pieces,
a las pobrecitas, vivas.
¡Ah! ¡si partía el corazón
ver
tantos males, canejo!
los perseguíamos de lejos
sin poder ni
galopiar;
¡y qué habíamos de alcanzar
en unos vichocos viejos!
nos
volvíamos al cantón
a las dos o tres jornadas,
sembrando las
caballadas;
y pa que alguno la venda,
rejuntábamos la hacienda
que
habían dejao rezagada.
Una vez entre otras muchas,
tanto salir al
botón,
nos pegaron un malón
los indios y una lanciada,
que la gente
acobardada
quedó dende esa ocasión.
Habían estao
escondidos
aguaitando atrás de un cerro...
¡lo viera a su amigo
Fierro
aflojar como un blandito!
salieron como maiz frito
en cuanto
sonó un cencerro.
Al punto nos dispusimos
aunque ellos eran
bastantes;
la formamos al instante
nuestra gente, que era poca,
y
golpiándose en la boca
hicieron fila adelante.
Se vinieron en
tropel
haciendo temblar la tierra.
no soy manco pa la guerra
pero tuve
mi jabón,
pues iba en un redomón
que habia boleao en la
sierra.
¡Que vocerío! ¡Que barullo!
¡que apurar esa carrera!
la
indiada todita entera
dando alaridos cargó,
¡jue pucha!... y ya nos
sacó
como yeguada matrera.
¡Que fletes traiban los bárbaros!
¡como
una luz de ligeros!
hicieron el entrevero
y en aquella mezcolanza,
este
quiero, éste no quiero,
nos escogían con la lanza.
Al que le daban un
chuzazo,
dificultoso es que sane.
En fin, para no echar panes,
salimos
por esas lomas,
lo mesmo que las palomas
al juir de los
gavilames.
¡Es de almirar la destreza
con que la lanza manejan!
de
perseguir nunca dejan,
y nos traiban apretaos.
¡Si queríamos, de
apuraos,
salirnos por las orejas!
Y pa mejor de la fiesta
en esa
aflición tan suma,
vino un indio echando espuma,
y con la lanza en la
mano,
gritando: -Acabáu critiano,
metáu el lanza hasta el
pluma.
Tendido en el costillar,
cimbrando por sobre el brazo
una
lanza como un lazo,
me atropelló dando gritos:
si me descuido... el
maldito
me levanta de un lanzazo.
Si me atribulo o me
encojo,
siguro que no me escapo:
siempre he sido medio guapo,
pero en
aquella ocasión
me hacia buya el corazón
como la garganta al
sapo.
Dios le perdone al salvaje
las ganas que me tenía...
desaté
las tres marías
y lo engatusé a cabriolas...
¡pucha...! si no traigo
bolas
me achura el indio ese día.
Era el hijo de un cacique,
sigun
yo lo averigüé;
la verdá del caso jué
que me tuvo apuradazo,
hasta que
por fin de un bolazo
del caballo lo bajé.
Ahi no más me tiré al
suelo
y lo pisé en las paletas;
empezó a hacer morisquetas
y a
mezquinar la garganta...
pero yo hice la obra santa
de hacerlo estirar la
jeta.
Allí quedó de mojón
y en su caballo salté;
de la indiada
disparé,
pues si me alcanza me mata,
y al fin me les escapé,
con el
hilo de una pata.
junio 30, 2012
El Gaucho Martin Fierro cap.2
Ninguno me hable de penas,
porque yo penado vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté,
que suele quedarse a pie
el gaucho mas alvertido.
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto;
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
las desgracias a empujones;
! la pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
Entonces... cuando el lucero
brillaba en el cielo santo,
y los gallos con su canto
nos decían que el día llegaba,
a la cocina runbiaba
el gaucho... que era un encanto.
Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón se prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.
Y apenas la madrugada
empesaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar.
Este se ata las espuelas,
se sale el otro cantando,
uno busca un péllon blando,
éste un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.
El que era pion domador
enderezaba al corral,
ande estaba el animal
bufidos que se las pela ...
y mas malo que su agüela
se hacía astillas el bagual.
Y alli el gaucho inteligente,
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó
y se le sentó en seguida
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dió.
Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salía haciendo gambetas.
!Ah,tiempos!... !Si era un orgullo
ver jinetear un paisano!
cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no habia uno que no parase
con el cabresto en la mano.
Y mientras domaban unos,
otros al campo salían
y la hacienda recogían,
las manadas repuntaban,
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día.
Y verlos al cair la tarde
en la cocina riunidos,
con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar.
Y con el buche bien lleno
era cosa superior
irse en brazos del amor
a dormir como la gente,
pa empezar el día siguiente
las fainas del día anterior.
Ricuerdo !qué maravilla!
cómo andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo...
pero hoy en día...!barajo!
no se la ve de aporriada.
El gaucho más infeliz
Tenía tropilla de un pelo,
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista...
teniendo al campo la vista,
solo vía hacienda y cielo.
Cuando llegaban las yerras,
!cosa que daba calor!
tanto gaucho pialador
y tironiador sin yel.
!Ah, tiempos... pero si en él
se ha visto tanto primor!
Aquello no era trabajo,
mas bien era una junción,
y después de un güen tirón
en que uno se daba mana,
pa darle un trago de cana
solía llamarlo el patrón.
Pues vivía la mamajuana
siempre bajo la carreta,
y aquel que no era chancleta,
en cuanto el goyete vía,
sin miedo se le prendía
como güerfano a la teta.
!Y qué jugadas se armaban
cuando estábamos riunidos!
siempre íbamos prevenidos,
pues en tales ocasiones
a ayudarle a los piones
caiban muchos comedidos.
Eran los días del apuro
y alboroto pa el hembraje,
pa preparar los potajes
y osequiar bien a la gente,
y así, pues, muy grandemente,
pasaba siempre el gauchaje.
Vení,a la carne con cuero,
la sabrosa carbonada,
mazamorra pien pisada,
los pasteles y el güen vino...
pero ha querido el destino
que todo aquello acabara.
Estaba el gaucho en su pago
con toda siguridá,
pero aura... !barbaridá!,
la cosa anda tan fruncida,
que gasta el pobre la vida
en juir de la autoridá.
Pues si usté pisa en su rancho
y si el alcalde lo sabe,
lo caza lo mesmo que ave
aunque su mujer aborte...
!No hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte!.
Y al punto dése por muerto
si el alcalde lo bolea,
pues ahí nomas se le apea
con una felpa de palos;
y despues dicen que es malo
el gaucho si los pelea.
Y el lomo le hinchan a golpes,
y le rompen la cabeza,
y luego con ligereza,
ansí lastimao y todo,
lo amarran codo a codo
y pa el cepo lo enderiezan.
Ahi comienzan sus desgracias,
ahi principia el pericón,
porque ya no hay salvación,
y que usté quiera o no quiera,
lo mandan a la frontera
o lo echan a un batallón.
Ansí empezaron mis males
lo mesmo que los de tantos;
si gustan... en otros cantos
les diré lo que he sufrido:
despues que uno está... perdido
no lo salvan ni los santos.
porque yo penado vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté,
que suele quedarse a pie
el gaucho mas alvertido.
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto;
porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
las desgracias a empujones;
! la pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer...
era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
Entonces... cuando el lucero
brillaba en el cielo santo,
y los gallos con su canto
nos decían que el día llegaba,
a la cocina runbiaba
el gaucho... que era un encanto.
Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón se prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
tapadita con su poncho.
Y apenas la madrugada
empesaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
era cosa de largarse
cada cual a trabajar.
Este se ata las espuelas,
se sale el otro cantando,
uno busca un péllon blando,
éste un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.
El que era pion domador
enderezaba al corral,
ande estaba el animal
bufidos que se las pela ...
y mas malo que su agüela
se hacía astillas el bagual.
Y alli el gaucho inteligente,
en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó
y se le sentó en seguida
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dió.
Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salía haciendo gambetas.
!Ah,tiempos!... !Si era un orgullo
ver jinetear un paisano!
cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
no habia uno que no parase
con el cabresto en la mano.
Y mientras domaban unos,
otros al campo salían
y la hacienda recogían,
las manadas repuntaban,
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día.
Y verlos al cair la tarde
en la cocina riunidos,
con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar.
Y con el buche bien lleno
era cosa superior
irse en brazos del amor
a dormir como la gente,
pa empezar el día siguiente
las fainas del día anterior.
Ricuerdo !qué maravilla!
cómo andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo...
pero hoy en día...!barajo!
no se la ve de aporriada.
El gaucho más infeliz
Tenía tropilla de un pelo,
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista...
teniendo al campo la vista,
solo vía hacienda y cielo.
Cuando llegaban las yerras,
!cosa que daba calor!
tanto gaucho pialador
y tironiador sin yel.
!Ah, tiempos... pero si en él
se ha visto tanto primor!
Aquello no era trabajo,
mas bien era una junción,
y después de un güen tirón
en que uno se daba mana,
pa darle un trago de cana
solía llamarlo el patrón.
Pues vivía la mamajuana
siempre bajo la carreta,
y aquel que no era chancleta,
en cuanto el goyete vía,
sin miedo se le prendía
como güerfano a la teta.
!Y qué jugadas se armaban
cuando estábamos riunidos!
siempre íbamos prevenidos,
pues en tales ocasiones
a ayudarle a los piones
caiban muchos comedidos.
Eran los días del apuro
y alboroto pa el hembraje,
pa preparar los potajes
y osequiar bien a la gente,
y así, pues, muy grandemente,
pasaba siempre el gauchaje.
Vení,a la carne con cuero,
la sabrosa carbonada,
mazamorra pien pisada,
los pasteles y el güen vino...
pero ha querido el destino
que todo aquello acabara.
Estaba el gaucho en su pago
con toda siguridá,
pero aura... !barbaridá!,
la cosa anda tan fruncida,
que gasta el pobre la vida
en juir de la autoridá.
Pues si usté pisa en su rancho
y si el alcalde lo sabe,
lo caza lo mesmo que ave
aunque su mujer aborte...
!No hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte!.
Y al punto dése por muerto
si el alcalde lo bolea,
pues ahí nomas se le apea
con una felpa de palos;
y despues dicen que es malo
el gaucho si los pelea.
Y el lomo le hinchan a golpes,
y le rompen la cabeza,
y luego con ligereza,
ansí lastimao y todo,
lo amarran codo a codo
y pa el cepo lo enderiezan.
Ahi comienzan sus desgracias,
ahi principia el pericón,
porque ya no hay salvación,
y que usté quiera o no quiera,
lo mandan a la frontera
o lo echan a un batallón.
Ansí empezaron mis males
lo mesmo que los de tantos;
si gustan... en otros cantos
les diré lo que he sufrido:
despues que uno está... perdido
no lo salvan ni los santos.
junio 23, 2012
Talita del pedregal Osiris Rodriguez Castillos
Talita del pedregal
espina y sombra harapienta;
tronco ñudoso y torcido
de andar cuerpiando centellas!
Quién puede exigirte flores,
puestero de la miseria!…no ha de tener más que espinas
quien se ha criao entre las piedras.
Sólo algún clavel del aire
nace…del aire, en tu oreja;candil de los espineros
que te erizan la melena.
Sólo las tardes de lluvia
te emponchan color de ausencia…Sólo las noches de luna
te acarician y te besan!
Bien haiga la nube blanca,
pañuelo de tu tristezade andar trepando los cerros
sin alcanzar las estrellas…
-Yo también repecho cumbres
aquerenciao en la ausenciacon unos pájaros locos
aletiando en la cabeza…
Yo también alzo cien puños
en las noches de tormentachairando espinas al viento
p ‘ hacer patancha a las penas….
Yo también saco claveles
…del aire!Y de mi tristeza
de andar tan alto en los cerros
sin alcanzar las estrellas….
Talita del pedregal!
espina … y sombra harapienta !El guerrero y el caballo-
Conferencia en el Instituto Güemesiano
Salta, junio de 2011
A Cortés, dice Cunninghame Graham, se lo mira
habitualmente bajo su faz de guerrero y gobernante, pero no era menos un
explorador y hombre de campo de primera. Condiciones que recuerdan las de héroes
como Martín Miguel de Güemes, dotados de una personalidad poli-facética que
explica las proezas que pudieron realizar.
Podemos reconstruir esta travesía por aquellos bosques paradisíacos e infernales, donde bullían pájaros, monos y garzas, en cuyas aguas flotaban troncos que, al acercárseles, resultaban caimanes que se escabullían o se reposicionaban para el ataque, envueltos en una neblina como la de los ambientes de Watteau, visión irreal... En un lago, cerca de Chi chén Itzá, cazan venados que “alancearon muy a su placer”… especie de locura, para C. Graham, en la que muere un caballo; sin duda necesaria para evitar el peor de los males para una fuerza, la inacción y la depresión, contrarrestada con correría vigorosa y exquisito alimento contra el hambre y las privaciones, que habrán celebrado con canciones, músicas y cuentos.
La larga caravana encabezada por Hernán Cortés sigue marchando por el Paso del Alabastro o Sierra de los Pedernales. El valeroso “morcillo”, ¡ay!, se hinca una astilla en el casco, y debe dejárselo a un cacique amigo, en el lago Petén Itzá, poblado de islas misteriosas…
Con el tiempo la encendida imaginación de los naturales que lo cuidaron y no pudieron evitar su muerte, lo tratarán como divinidad, harán una réplica del caballo y lo pondrán en un templo.
Cortés no llegará a enterarse, pues hasta que los cristianos volvieran a pasar por allí transcurrirían más de 150 años. Fue en 1697, con la expedición de Ursúa, en la que un cacique, impresionado por los movimientos y relinchos de los caballos, al llegar los españoles, juega como un niño imitando sus movimientos y sonidos. Esta belleza será la puerta para su conversión al Dios de los tres trascendentales, bonum, verum y pulchrum (belleza); contento, se hace bautizar con el nombre de Pedro Caballito. ¿Habrá imaginado Cortés que su caballo sería adorado en un templo, y que el esplendor de la especie hará de puente con los indígenas?
El conquistador llevaba un promedio de seis leguas por jornada, bueno en circunstancias tan difíciles. Cada tanto herraban las bestias con herraduras parecidas a las de los moros, de quienes los caballeros españoles habían aprendido a montar “a la jineta”, estribando corto, maniobrando rápido y con la firmeza de sus altos arzones, que se mantendrán, acortados, en la montura de campo norteña y cuyana. Y también se mantendrá lo esencial de esa forma de montar en lo que siglos después será llamado por el Gran Capitán “caballería maniobrera”.
Llega por fin la hueste a las montañas que dividen Méjico de América Central, “una de las maravillas más grandes que en todo el mundo pudiera contemplarse”. No pensaban que tardarían doce mortales días en cruzar sus ocho leguas, que los diezmarán peor que un desastre militar: sesenta y ocho caballos (¡) mueren por exceso de trabajo, cambios climáticos bruscos al pasar de llanuras cálidas a temperaturas árticas, despeñados en los precipicios y desfiladeros. Y por la sed, que casi mata a hombres y animales, si no hubieran guardado agua en sus pavas de cobre.
Cortés vertió lágrimas de sangre, pero la prueba no había terminado. Llevaban “del diestro” los animales sobrevivientes, de los que hasta el último sano quedó inutilizado.
Atraviesan el paso, descansan, y al cruzar un río a nado dos yeguas son arrastradas por la correntada. Encuentran un río grande con una carabela abandonada: ¡providencial hallazgo! Carga a todos los que puede: sólo 40 españoles están en condiciones de llevar armas y sólo 50 mexicas sobreviven aún. El esfuerzo de la Conquista fue sobrehumano… Bernal Díaz del Castillo, el cronista genial por sus ideas, expresividad y militar simplicidad, conduce por tierra los pocos caballos aún vivos. Transcurren nueve días de navegación hasta que llegan al actual Puerto Cortés, en Honduras, que por sobradas razones lleva su nombre.
La maravillosa expedición había terminado…
Según los expertos, se trata de una de las más extraordinarias de la humanidad. Ni siquiera comparable con la Anábasis griega, pues Xenofonte y sus 10.000 sabían a dónde y por dónde iban, avanzando heroicamente por un camino. Cortés, en cambio, hacía el camino, aunque fuera pisando sobre los caimanes y las flores acuáticas…
El y sus hombres estaban fundidos en el molde de los héroes, dice C. Graham, pero no olvidemos que eran héroes formados en la escuela de heroísmo cristiano, como los nuestros.
Agrega este escocés de las pampas que tenían cuerpo de hierro y almas de acero, a prueba de toda clase de peligros y privaciones. Que sus caballos fueron dignos de ellos, marcharon hasta caer muertos, siempre dispuestos a galopar cuando la necesidad lo requería. Que tuvieron la única recompensa a la que podían aspirar en esta tierra: saber que su esfuerzo fue llevado al máximo, sin titubeos ni quejas. Y que un caballo fue erigido en divinidad…
(don Pelayo de Asturias)
Podemos reconstruir esta travesía por aquellos bosques paradisíacos e infernales, donde bullían pájaros, monos y garzas, en cuyas aguas flotaban troncos que, al acercárseles, resultaban caimanes que se escabullían o se reposicionaban para el ataque, envueltos en una neblina como la de los ambientes de Watteau, visión irreal... En un lago, cerca de Chi chén Itzá, cazan venados que “alancearon muy a su placer”… especie de locura, para C. Graham, en la que muere un caballo; sin duda necesaria para evitar el peor de los males para una fuerza, la inacción y la depresión, contrarrestada con correría vigorosa y exquisito alimento contra el hambre y las privaciones, que habrán celebrado con canciones, músicas y cuentos.
La larga caravana encabezada por Hernán Cortés sigue marchando por el Paso del Alabastro o Sierra de los Pedernales. El valeroso “morcillo”, ¡ay!, se hinca una astilla en el casco, y debe dejárselo a un cacique amigo, en el lago Petén Itzá, poblado de islas misteriosas…
Con el tiempo la encendida imaginación de los naturales que lo cuidaron y no pudieron evitar su muerte, lo tratarán como divinidad, harán una réplica del caballo y lo pondrán en un templo.
Cortés no llegará a enterarse, pues hasta que los cristianos volvieran a pasar por allí transcurrirían más de 150 años. Fue en 1697, con la expedición de Ursúa, en la que un cacique, impresionado por los movimientos y relinchos de los caballos, al llegar los españoles, juega como un niño imitando sus movimientos y sonidos. Esta belleza será la puerta para su conversión al Dios de los tres trascendentales, bonum, verum y pulchrum (belleza); contento, se hace bautizar con el nombre de Pedro Caballito. ¿Habrá imaginado Cortés que su caballo sería adorado en un templo, y que el esplendor de la especie hará de puente con los indígenas?
El conquistador llevaba un promedio de seis leguas por jornada, bueno en circunstancias tan difíciles. Cada tanto herraban las bestias con herraduras parecidas a las de los moros, de quienes los caballeros españoles habían aprendido a montar “a la jineta”, estribando corto, maniobrando rápido y con la firmeza de sus altos arzones, que se mantendrán, acortados, en la montura de campo norteña y cuyana. Y también se mantendrá lo esencial de esa forma de montar en lo que siglos después será llamado por el Gran Capitán “caballería maniobrera”.
Llega por fin la hueste a las montañas que dividen Méjico de América Central, “una de las maravillas más grandes que en todo el mundo pudiera contemplarse”. No pensaban que tardarían doce mortales días en cruzar sus ocho leguas, que los diezmarán peor que un desastre militar: sesenta y ocho caballos (¡) mueren por exceso de trabajo, cambios climáticos bruscos al pasar de llanuras cálidas a temperaturas árticas, despeñados en los precipicios y desfiladeros. Y por la sed, que casi mata a hombres y animales, si no hubieran guardado agua en sus pavas de cobre.
Cortés vertió lágrimas de sangre, pero la prueba no había terminado. Llevaban “del diestro” los animales sobrevivientes, de los que hasta el último sano quedó inutilizado.
Atraviesan el paso, descansan, y al cruzar un río a nado dos yeguas son arrastradas por la correntada. Encuentran un río grande con una carabela abandonada: ¡providencial hallazgo! Carga a todos los que puede: sólo 40 españoles están en condiciones de llevar armas y sólo 50 mexicas sobreviven aún. El esfuerzo de la Conquista fue sobrehumano… Bernal Díaz del Castillo, el cronista genial por sus ideas, expresividad y militar simplicidad, conduce por tierra los pocos caballos aún vivos. Transcurren nueve días de navegación hasta que llegan al actual Puerto Cortés, en Honduras, que por sobradas razones lleva su nombre.
La maravillosa expedición había terminado…
Según los expertos, se trata de una de las más extraordinarias de la humanidad. Ni siquiera comparable con la Anábasis griega, pues Xenofonte y sus 10.000 sabían a dónde y por dónde iban, avanzando heroicamente por un camino. Cortés, en cambio, hacía el camino, aunque fuera pisando sobre los caimanes y las flores acuáticas…
El y sus hombres estaban fundidos en el molde de los héroes, dice C. Graham, pero no olvidemos que eran héroes formados en la escuela de heroísmo cristiano, como los nuestros.
Agrega este escocés de las pampas que tenían cuerpo de hierro y almas de acero, a prueba de toda clase de peligros y privaciones. Que sus caballos fueron dignos de ellos, marcharon hasta caer muertos, siempre dispuestos a galopar cuando la necesidad lo requería. Que tuvieron la única recompensa a la que podían aspirar en esta tierra: saber que su esfuerzo fue llevado al máximo, sin titubeos ni quejas. Y que un caballo fue erigido en divinidad…
(don Pelayo de Asturias)
Robert Cunninghame Graham Reseña
Roberto Bontine Cunningham Graham, con apenas 18 años de edad, en momentos en
que comenzaba la revolución de López Jordán por junio de 1870, llegó a estos
pagos (Argentina) . El viaje que inicialmente se iba a prolongar unos meses, culminó cuando
Cunningham tenía 30 años.
Al día siguiente Buenos Aires entero se volcó al cortejo que acompañaba hasta el puerto los restos del ilustre visitante. Pero muchos concurrieron también, para ver una vez más a la celebérrima escolta que acompañaba al féretro: Gato y Mancha.
Se radicó en un campo cercano a Gualeguaychú y cuando
venía a la ciudad, tenía como alojamiento habitual el viejo Hotel del Vapor sito
en el ángulo NO de las calles 24 de Enero y Comercio ( hoy 25 de Mayo y Mitre),
que perteneció al Sr. Urtazum y luego a Lesca. La propiedad después fue del Dr.
Mario García Reynoso, luego de Jorge Barel y actualmente la habita la familia
Cauci.
Don Roberto, como lo llamaban, se enamoró de nuestros
campos, de sus bellezas naturales y muy especialmente de los caballos. Aprendió
y disfrutó de todos los oficios rurales, incluida la doma de potros. Y tanto se
identificó con Gualeguaychú, que por un acto de última voluntad, en la lapida de
su tumba está la marca de su hacienda registrada en esta ciudad.
Recorrió el resto de los países del continente, que
describe admirablemente en sus libros y después viajó por todo el mundo. Fue
muchas cosas a la vez, lo que habla de su singular personalidad: noble, dandy,
gaucho, socialista, legislador, escritor, cronista, rebelde, transgresor y
fundamentalmente un viajero incansable y aventurero.
Era un gran propagandista de los caballos criollos
argentinos. En cierta ocasión vio en Londres cómo uno de éllos era maltratado
por negarse a tirar un tranvía y en el acto lo compró. También se llevó uno de
nuestras tierras al que llamó Pampa. Durante 20 años concurrió al Palacio de
Westminster montando un caballo criollo, por lo que su figura se hizo
emblemática en esos ámbitos. Peleó - obligado- junto a Ricardo López, Jordán;
entre los bereres en Africa se hizo pasar por médico turco; en la Plaza de
Trafalgar fue detenido por encabezar una revuelta. Fue un eterno defensor de los
obreros, opositor a la esclavitud y a toda forma de injusticia.
Alentó a su amigo suizo Aime Tchifelly para lo que en
definitiva resultara un acontecimiento de relieve mundial y una de las máximas
proezas argentinas: el histórico raid con dos caballos criollos, los legendarios
GATO y MANCHA. En tres años (1925-28) recorrieron 20 países y 21.500 km.
partiendo de Bs. Aires y llegando a Nueva York (uno debió quedarse en México por
un accidente) donde se les tributó un recibimiento apoteótico en la 5ta. Avenida
-que ese día se cerró al tránsito- con gran difusión en todo el
mundo.
Mucho de la repercusión de aquella hazaña, se debió a la
prédica constante que desde Londres hacía Cuninngham Graham.
Ya anciano, volvió a nuestro país en 1936 y quiso conocer
a Gato y Mancha. Su propietario el Sr. Emilio Solanet lo invitó entonces a
visitarlos en el campo El Cardal, pero una repentina enfermedad le impidió el
viaje a Don Roberto. Por tal motivo Solanet hizo los arreglos para que fueran
entonces los caballos, los que visitaran a su propagandista ya muy grave ¡en el
lobby del Hotel Plaza! No se pudo: llegaron cuando acababa de
morir.
Al día siguiente Buenos Aires entero se volcó al cortejo que acompañaba hasta el puerto los restos del ilustre visitante. Pero muchos concurrieron también, para ver una vez más a la celebérrima escolta que acompañaba al féretro: Gato y Mancha.
La vida de este notable personaje se sintetiza en el
libro de Alicia Jurado El Escocés Errante y la mayor parte de su obra -en inglés
y castellano- se guarda en una vitrina especial del Instituto Magnasco.
Milagro - Mario Carrero
MILAGRO.
La gateada estaba para parir,
andaba sola por el potrero de los cardos,
y de tanto en tanto se le podia ver,
a la distancia, distraida, mordisqueando algun pastito.
Esa mañana cuando la vi, el potranquito
recien nacido intentaba ponerse en pie, y la gateada,
ajena a todo seguía en lo suyo, comiendo sin levantar la cabeza.
Alrededor todo continuaba como siempre, como si nada hubiera pasado,
como si ese hecho enorme y prodigioso, hubiese sido lo mas sencillo del mundo.
Ayer la yegua gateada parió un potranco
que tiene sobre la frente un rombito blanco
lobuno gateado camina como a los zancos
y trota y trota a los tumbos como borracho
A tientas busca la teta a los cabezasos
mientras la yegua ajena a todo milagro
revuelve la grama mustia un pastito blando
espantando el mosquerío a los coletazos.
Canta el arroyo entre las barrancas
el viento arrea una nube flaca
gritan los teros su algarabia
saludan la buena nueva y el nuevo dia
Ayer la yegua gateada pario un potranco
que tiene sobre la frente un rombito blanco
parió solita en los cardos, cuchilla abajo
sin mas partera que el viento y el sol de marzo
texto: Mario Carrero
La gateada estaba para parir,
andaba sola por el potrero de los cardos,
y de tanto en tanto se le podia ver,
a la distancia, distraida, mordisqueando algun pastito.
Esa mañana cuando la vi, el potranquito
recien nacido intentaba ponerse en pie, y la gateada,
ajena a todo seguía en lo suyo, comiendo sin levantar la cabeza.
Alrededor todo continuaba como siempre, como si nada hubiera pasado,
como si ese hecho enorme y prodigioso, hubiese sido lo mas sencillo del mundo.
Ayer la yegua gateada parió un potranco
que tiene sobre la frente un rombito blanco
lobuno gateado camina como a los zancos
y trota y trota a los tumbos como borracho
A tientas busca la teta a los cabezasos
mientras la yegua ajena a todo milagro
revuelve la grama mustia un pastito blando
espantando el mosquerío a los coletazos.
Canta el arroyo entre las barrancas
el viento arrea una nube flaca
gritan los teros su algarabia
saludan la buena nueva y el nuevo dia
Ayer la yegua gateada pario un potranco
que tiene sobre la frente un rombito blanco
parió solita en los cardos, cuchilla abajo
sin mas partera que el viento y el sol de marzo
texto: Mario Carrero
LOS INDIOS Y LOS CABALLOS
EL CABALLO ES ADOPTADO POR EL INDIO: La
disponibilidad de grandes cantidades de caballos afectó de distinta forma a los
españoles, criollos, mestizos e indios. Para los criollos y españoles, en buena
situación económica, significaron más riqueza y un buen medio de transporte;
para los mestizos y peones de raza blanca, el caballo ofreció el escape al
trabajo de la estancia o del pueblo, para poder irse libremente a vivir en la
pampa, como quisieran, formando un grupo que tuvo importancia en el desarrollo
social argentino.
Los
primeros indios que se encontraron con los equinos que quedaron en la expedición
de Mendoza, aprendieron a amansarlos, y de esa unión hombre-caballo resultó una
poderosa combinación que implicó una revolución de las estructuras sociales,
políticas y económicas de los nativos de la pampa y de los araucanos que
llegarían de Chile.
En el
período anterior al conocimiento del caballo, el hábitat de los aborígenes era
reducido a consecuencia de la falta de movilidad. Durante el período ecuestre,
gracias a aquél, el territorio se agrandó enormemente y las técnicas de caza se
perfeccionaron, con el rodeo de los animales salvajes.
En la
guerra se reemplazó el arco y la flecha por la lanza y se usaron armaduras de
cuero de equino. Las actividades económicas se convirtieron en predadoras,
porque se basaron en el robo de ganado. El rol de la mujer cambió
fundamentalmente al ser liberada del transporte de enseres, para dedicarse al
grupo familiar y los trabajos en los toldos. La alimentación cambió haciéndose
en base a la carne del equino. Y algo muy importante: el incomparable
adiestramiento de sus caballos les permitió tener grandes ventajas cuando
hubieron de enfrentarse con los cristianos. Veamos con más detalle lo que
sucedió con este conjunto de comunicaciones culturales que se conoce como
«complejo ecuestre» o «complejo del caballo».
El español
llegó al Río de la Plata con un elemento valioso para la guerra: el caballo.
Este animal causó espanto entre los indígenas, hasta que se acostumbraron a
pelear con los europeos; entonces, tomándolo de las riendas hacen caer al
jinete, pero para llegar a esto pierden muchas vidas.
El coronel
Wlather dice en su libro La conquista del desierto: «Antes de la introducción
del caballo en las pampas, andaban y combatían a pie, pero cuando adaptaron el
cuadrúpedo a sus costumbres, se convirtieron en habilísimos jinetes,
transformando a los equinos en valiosos auxiliares para la guerra. Ello les
permitió ganar movilidad y rapidez de acción en sus correrías».
Sobre los
caballos de los indios de la pampa, una de las primeras referencias se encuentra
en lo que escribiera el virrey Ceballos en 1777, al referirse al plan que quiso
poner en práctica contra los enclaves indígenas. Allí dice: «Yo medito que se
haga una entrada general en la vasta extensión a donde se retiran y tienen su
madriguera estos bárbaros, favorecidos en la gran distancia y en la ligereza y
abundante provisión de caballos de que están provistos».
Un párrafo
de la memoria del virrey Vértiz, a su sucesor el marqués de Loreto, escrito en
1784, explica: «(...) Que los indios forman cuerpos errantes, sin población
ni habitación determinada; que carecen de todos los bienes de fortuna, que no
aprecian comodidades; que se alimentan de yeguas y otros animales distintos de
los que usamos nosotros (...)>>.
Está claro,
por lo que escriben los virreyes, que en la segunda mitad del siglo XVIII era
bien conocido que los indios disponían de muchos y buenos montados, y que se
alimentaban con carne de yegua. Con respecto a la forma como amansó el caballo
el indio, y como lo entrenó para la lucha, se ha escrito mucho, por lo que a
continuación sólo nos referiremos a los autores que expresaron mejor esa
habilidad, recordando que para varios entendidos en la materia, aquél superó al
gaucho en ese aspecto.
El capitán
F.B. Head, en su libro Las Pampas y los Andes, escribe al respecto:
«Los gauchos, que son magníficos jinetes, declaran todos que es imposible correr
con un indio, porque los caballos de los indios son mejores que los suyos, y
también que tienen una forma de impulsarlos por medio de gritos y de movimientos
peculiares de sus cuerpos, que, aun si cambiaran los caballos, los indios
ganarían». Martiniano Leguizamón hizo notar por su parte que «el indio
fue el maestro del gaucho en el manejo del lazo y de las boleadoras».
Lucio V.
Mansilla escribió: «Los indios no echaron pie a tierra. Tienen ellos la
costumbre de descansar sobre el lomo del caballo. Se echan como en una cama.
haciendo cabecera del pescuezo del animal, y extendiendo las piernas cruzadas en
las ancas, así permanecen largo rato, horas enteras a veces. Ni para dar de
beber se apean; sin desmontarse sacan el freno y lo ponen. El caballo del indio,
además de ser fortísimo, es mansísimo. ¡Duerme el indio!, no se mueve. ¡Está
ebrio", le acompaña a guardar el equilibrio. ¡Se apea y le baja la rienda", allí
se queda. ¡Cuánto tiempo", todo el día. Si no lo hace es castigado de modo que
entienda por qué. Es raro encontrar un indio que use manea, traba, bozal y
cabestro. Si alguno de esos útiles lleva, de seguro que anda redomoneando a un
potro, o es un caballo arisco, o enseñando a uno que ha robado en el último
malón. «El indio vive sobre el caballo, como el pescador en su barca: su
elemento es la Pampa, como el elemento de aquél es el mar. (...) Todo cuanto
tiene dará el indio en un momento crítico por un caballo.»
extraido del Blog EL CABALLO EN LA ARGENTINA
El ingreso del caballo al Rio de la Plata
La génesis
del caballo criollo de las llanuras del Plata se atribuye generalmente a la
introducción que realizó Don Pedro de Mendoza en la primera fundación de
Buenos Aires en 1535, mencionándose en sus capitulaciones de 1534 con el rey
Carlos V la obligación de traer 100 yeguas y caballos, registrándose su partida
con solo 72 según Ulrico Schmidl y existiendo la mención del padre Rivadanevra,
que fueron sólo 42 las aportadas en ese viaje.
Casi
contemporáneamente, en 1541, Alvar Núñez Cabeza de Vaca había llevado caballos a
Asunción del Paraguay y Diego de Rojas y Nuñez de Prado trasladó caballos desde
el Perú hasta el territorio de la actual provincia de Tucumán, en el Noroeste
argentino. Producida la despoblación de la primera fundación de Buenos Aires,
transcurrieron casi cuarenta años hasta que en 1580 don Juan de Garay intenta
con éxito la segunda y definitiva repoblación de la ciudad desde Asunción del
Paraguay.
Garay había
recibido informes para esa época que existían numerosas caballadas vagando en
libertad en las cercanías de Buenos Aires. Como no podía ofrecer a los nuevos
pobladores ni oro ni plata ni encomiendas de indios en una tierra casi
desértica, cubierta solo de pastos y sin ningún bosque, pidió a su superior, el
adelantado Juan Torres de Vera y Aragón, “hacer merced a los nuevos pobladores,
del ganado caballuno abandonado por Don Pedro”.
Torres de
Vera y Aragón debía muchos favores a Garay, para discutirle unos pocos caballos,
por lo que accedió al pedido. Luego, los pobladores encontraron más caballos que
los pensados y obtuvieron del Consejo de lndias (1591) que se los eximiera del
diezmo real que hubiera correspondido si hubieran sido salvajes, es decir,
autóctonos, lo que obtuvieron iniciándose así la captura de los que cayeron bajo
sus lazos y corrales, los demás se dispersaron. Muerto Garay, Torres de Vera y
Aragón reclamó las caballadas para sí, al conocer su número, por ser producto de
la tierra”.
A él le
convenía que se revisara la teoría que los consideraba caballos abandonados,
abogando por su carácter natural, extremo que nunca pudo ser probado. Los
caballos de Mendoza, más los que luego se dispersaron desde el Paraguay y
Tucumán, son el origen de las grandes manadas de caballos salvajes que a fines
del siglo XVIII asombraban a los viajeros, y que los pobladores locales
denominaban genéricamente como "baguales".
Fuentes: Todo es Historia Nro. 396 Nota de Fernando Romero
Carranza
Desaparición del caballo en América
Sobre la
desaparición del caballo en América, el naturalista Charles Darwin escribió:
«Es ciertamente un acontecimiento maravilloso en la
historia de los animales. que una especie nativa haya desaparecido para ser
sucedida, en épocas posteriores, por las innumerables manadas introducidas por
el colonizador español».
La
desaparición relativamente temprana de estos animales en el continente que fue
su cuna no es fácil de explicar. La fauna de una región puede desaparecer por un
cataclismo geológico. pero éste no fue el caso de los caballos. Otra razón
podría haber sido una gran sequía o una lluvia de cenizas, pero el bisonte en
Norteamérica y el guanaco en Sudamérica han sobrevivido a esas calamidades.
Pero lo más
probable es que no haya habido un solo motivo de extinción de los caballos sino
varios. Por ejemplo: en una región donde hubo sequías o fríos intensos durante
varios años, ante la escasez de pastos comerían hasta los tóxicos; o en una zona
donde sufrieron los efectos de una grave enfermedad, los sobrevivientes no
podrían haber aguantado los rigores climáticos durante algunos años. Pero
cualquiera haya sido la razón de su desaparición, no es un hecho extraordinario,
ya que hubo otros casos similares, como los de los gliptodontes y los de los
megaterios.
Es
interesante acotar que hubo especies que desaparecieron en estado salvaje y que
se salvaron de su extinción total gracias a que el hombre las domesticó. Entre
nosotros tenemos el ejemplo de la llama y la alpaca. La historia del caballo
(Equus caballus) no difiere mucho de las de los demás animales
domésticos. Su domesticación por varios pueblos neolíticos de Europa, Asia y A
frica lo salvó de extinguirse.
En cambio,
en América, el no ser domesticado por los pueblos primitivos provocó su
desaparición. En lo que se refiere a dónde comenzó la domesticación del caballo.
no se duda que tuvo lugar en sitios diferentes. Se conoce que 5.000 años antes
de la era cristiana el equino se domesticaba en la Siberia
sudoccidental.
También hay
pinturas rupestres en el sur de España que prueban que al iniciarse la época
neolítica ya había caballos domesticados. En el norte de África se sabe que se
domesticó de muy antiguo. Lo que debe quedar en claro es que el caballo se
originó en Norteamérica, donde se extinguió antes de que el hombre comprendiese
la utilidad de su domesticación, lo que sí entendieron los hombres de otros
continentes.
No hay
argumentos válidos que demuestren la existencia del equino en América al
momento de arribar Colón, pero sí de su desaparición hace varios miles de años.
En definitiva: las pruebas históricas, etnográficas, filológicas y
paleontológicas demuestran, sin lugar a dudas, la completa desaparición del
caballo americano en épocas remotas.
Fuente Consultada: Todo Es Historia Revista Nro. 315 Artículo de:
Andrés Carrazzoni
Caballos traidos por Hernan Cortés
Caballos de la conquista de
América.
Cuando Cortés (1485-1547) se embarcó en febrero de 1519 para emprender, en lo que hoy es México, su gran aventura, lo hizo con once navíos, más de 500 soldados, cerca de 100 marineros y dieciséis caballos. Éstos fueron repartidos en los distintos navíos siendo el detalle de los mismos el siguiente:
Cuando Cortés (1485-1547) se embarcó en febrero de 1519 para emprender, en lo que hoy es México, su gran aventura, lo hizo con once navíos, más de 500 soldados, cerca de 100 marineros y dieciséis caballos. Éstos fueron repartidos en los distintos navíos siendo el detalle de los mismos el siguiente:
“Capitán Cortés, un caballo castaño zaino, que luego se le murió en San Juan de Ulúa.
Pedro de Alvarado y Hernán López de Avila, una yegua alazana, muy buena, de juego y de carrera…
Alonso Hernández Puerto Carrero, una yegua rucia20 de buena carrera, que le compró Cortés por las lazadas de oro.
Joan Velásquez de León, otra yegua rucia muy poderosa, que llamábamos la Rabona, muy revuelta y de buena carrera.
Cristóbal de Oli, un caballo castaño oscuro, harto bueno.
Francisco de Montejo y Alonso de Avila, un caballo alazán tostado; no fue bueno para cosa de guerra.
Francisco de Morla, un caballo castaño oscuro, gran corredor y revuelto.
Joan de Escalante, un caballo castaño claro tresalbo22; no fue muy bueno.
Diego de Ordaz, una yegua rucia machorra, pasadera, y aunque corría poco.
Gonzalo Domínguez, un muy extremado jinete, un caballo castaño oscuro muy bueno y gran corredor.
Pedro González de Trujillo, un buen caballo castaño, perfecto castaño, que corría muy bien.
Morón, vecino de Bayamo, un caballo overo, labrado de las manos23 y era bien revuelto.
Baena, vecino de la Trinidad, un caballo overo, algo sobre morcillo24; no salió bueno para cosa ninguna.
Lares, el muy buen jinete, un caballo muy bueno, de color castaño claro, y buen corredor.
Ortiz el Músico, y un Bartolomé García, que solía tener minas de oro, un muy buen caballo oscuro que decían el Arriero. Este fue uno de los buenos caballos que pasamos en la armada.
Joan Sedeño, vecino de La Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió en el navío…”.
Cuidado del caballo- Juan Manuel de Rosas
Debe haber el más delicado y puntual esmero en que el que trabaje en un caballo no lo maltrate,
y que lo mude antes de que se ponga pesado. No hay cosa más mala que rematar o cansar un
caballo. De ello resultan las muertes y consiguiente menoscabo. El caballo cansado, si no muere
queda ya lisiado, y a poco trabajo que haga, se enferma y se cansa, Esto mismo debe tenerse
presente cuando se mande algún chasque, para hacerle mil encargos con el fin de que camine de
modo que no se canse el caballo al trote y al galope, más trote que galope.
Caballos delgados
Es muy necesario tener caballos delgados para andar, es decir, que ni para recoger ni para nada
debe ensillarse un caballo potente de gordo; porque el trabajar en un caballo no es más que para
mañerearlo y acobardarlo. Cuando la caballada está muy gorda se acorrala a fin de que se
adelgace, y cuando uno quiere tener algunos caballos delgados se tienen a soga.
Caballos del patrón
Debe atenderse que el que los cuide de cuenta por la mañana y a la noche de estar todos, o no.
Debe decir : están todos los caballos, veinticinco en la tropilla y dos yeguas, veintisiete; dos
atados a la soga, veintinueve, y dos yegüitas de cría, treinta y uno. El método es pararles rodeo
por la mañana y sacar con el freno un caballo. Al entrar a tomarlo, no irá como ánima despacito,
sino de golpe y lijero; y al tomarlo agarrará por donde lo encuentre primero, ya sea de la cola, y
del lado de montar, ya del enlazar, ya de una mano o ya de una pata. Para que pare no les
gritará, sólo les hará lli…lli…llito. Lo sacará fuera del rodeo, enfrenado y le dará la" mano", si a las
tres voces de decirle, no la entrega, le jugará en ella con el cuchillo. Entregada la mano, le
cortará el vaso, si es que tiene algo que recortar; esto mismo hará en elas patas de atrás.
Enseguida verá si tiene el vaso malo, y si lo tiene, lo compondrá. Los hormigueros no lo
agujereará con cuchillo, sino con la punta de un asador.
Caballos punteros
Y que se cortan solos en las manadas. Deben los capataces cuidar de observarlos al recorrer
dichas manadas, y lo que se hace es acollarar a los porfiados con las yeguas más seguras, a fin
de que de este modo anden las manadas juntas y no una por un lado y otras por el otro.
Caballos patrios
Si algunos de éstos cayesen a las estancias, y se ve que indudablemente son patrios, en este
caso se echarán a la cría, y en ella estarán sin tocarse, hasta que se presente algún soldado o
algún oficial pidiendo auxilio; en cuyo caso se le dará de los patrios, pero sin decirle que es patrio
el caballo que se le da.
(Extraído de J.M. de Rosas - Instrucciones a los mayordomos de estancias)
Los caballos de los conquistadores- Santos Chocano
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales…
¡No! No han sido los guerreros solamente,
de corazas y penachos y tizonas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes:
Los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes,
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles.
Un caballo fue el primero,
en los tórridos manglares,
cuando el grupo de Balboa caminaba
despertando las dormidas soledades,
que de pronto dio el aviso
del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire
al olfato le trajeron
las salinas humedades;
y el caballo de Quesada, que en la cumbre
se detuvo viendo, en lo hondo de los valles,
el fuetazo de un torrente
como el gesto de una cólera salvaje,
saludó con un relincho
la sabana interminable…
y bajó con fácil trote,
los peldaños de los Andes,
cual por unas milenarias escaleras
que crujían bajo el golpe de los cascos musicales…
Y aquel otro, de ancho tórax,
que la testa pone en alto
cual queriendo ser más grande,
en que Hernán Cortés un día
caballero sobre estribos rutilantes,
desde México hasta Honduras
mide leguas y semanas entre rocas y boscajes,
es más digno de los lauros
que los potros que galopan
en los cánticos triunfales
con que Píndaro celebra
las olímpicas disputas
entre el vuelo de los carros y la puga de los aires.
El caballo del beduino
que se traga soledades.
El caballo milagroso de San Jorge,
que tritura con sus cascos los dragones infernales.
El de César en las Galias.
El de Aníbal en los Alpes.
El Centauro de las clásicas leyendas,
mitad potro, mitad hombre,
que galopa sin cansarse,
y que sueña sin dormirse,
y que flecha los luceros,
y que corre como el aire,
todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre,
que los épicos caballos andaluces
en las tierras de la Atlántida salvaje,
soportando las fatigas,
las espuelas y las hambres,
bajo el peso de las férreas armaduras,
cual desfile de heroismos,
coronados entre el fleco de los anchos estandartes
con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante.
En mitad de los fragores del combate,
los caballos con sus pechos arrollaban
a los indios, y seguían adelante.
Y, así, a veces, a los gritos de “¡Santiago!”,
entre el humo y el fulgor de los metales,
se veía que pasaba, como un sueño,
el caballo del apóstol a galope por los aires.
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas
relucientes y sus cascos musicales…
¡No! No han sido los guerreros solamente,
de corazas y penachos y tizonas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes:
Los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes,
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales,
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles.
Un caballo fue el primero,
en los tórridos manglares,
cuando el grupo de Balboa caminaba
despertando las dormidas soledades,
que de pronto dio el aviso
del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire
al olfato le trajeron
las salinas humedades;
y el caballo de Quesada, que en la cumbre
se detuvo viendo, en lo hondo de los valles,
el fuetazo de un torrente
como el gesto de una cólera salvaje,
saludó con un relincho
la sabana interminable…
y bajó con fácil trote,
los peldaños de los Andes,
cual por unas milenarias escaleras
que crujían bajo el golpe de los cascos musicales…
Y aquel otro, de ancho tórax,
que la testa pone en alto
cual queriendo ser más grande,
en que Hernán Cortés un día
caballero sobre estribos rutilantes,
desde México hasta Honduras
mide leguas y semanas entre rocas y boscajes,
es más digno de los lauros
que los potros que galopan
en los cánticos triunfales
con que Píndaro celebra
las olímpicas disputas
entre el vuelo de los carros y la puga de los aires.
El caballo del beduino
que se traga soledades.
El caballo milagroso de San Jorge,
que tritura con sus cascos los dragones infernales.
El de César en las Galias.
El de Aníbal en los Alpes.
El Centauro de las clásicas leyendas,
mitad potro, mitad hombre,
que galopa sin cansarse,
y que sueña sin dormirse,
y que flecha los luceros,
y que corre como el aire,
todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre,
que los épicos caballos andaluces
en las tierras de la Atlántida salvaje,
soportando las fatigas,
las espuelas y las hambres,
bajo el peso de las férreas armaduras,
cual desfile de heroismos,
coronados entre el fleco de los anchos estandartes
con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante.
En mitad de los fragores del combate,
los caballos con sus pechos arrollaban
a los indios, y seguían adelante.
Y, así, a veces, a los gritos de “¡Santiago!”,
entre el humo y el fulgor de los metales,
se veía que pasaba, como un sueño,
el caballo del apóstol a galope por los aires.
Por José Santos Chocano (1875-1934)
Los caballos de la conquista de America
Entre las novedades que trajeron los conquistadores a nuestro continente
estaba el caballo.
Andaluces de pura cepa, descendientes de la brava raza berberisca, los primeros especímenes llegaron a América el 24 de noviembre de 1493 y desembarcaron en la Isla la Española (hoy Haití) en el segundo viaje de Cristóbal Colón.
En febrero de 1516, dieciséis de estos animales demostraron que su presencia sería esencial para la conquista. Hernán Cortés y sus hombres cruzaron de La Habana a México y, a pesar de ser inferiores en número, vencieron a las huestes del Imperio Azteca que huyeron aterradas al vislumbrar hombres unidos a sus cabalgaduras como un solo y desconocido ser.
Pero no todos los caballos vivieron para ser homenajeados: algunos murieron en las batallas, y los indios, luego de descuartizarlos, ofrecieron las herraduras a los dioses.
En el Río de la Plata también hubo bajas. De los 76 caballos que llegaron en 1536 con la expedición de Pedro de Mendoza para la primera fundación de Buenos Aires, algunos tuvieron que ser devorados por los propios españoles que morían de hambre y el resto librados a su suerte cuando la expedición abandonaba el asentamiento. Y fue este último grupo el que conquistó los amplios horizontes pampeanos. Tiempo más tarde, a estos animales y su descendencia, se les sumaron los venidos con las corrientes colonizadoras desde Asunción, Perú y Chile. En pocos años, miles de caballos salvajes coparon las llanuras Argentinas. Manadas que superaban los 2000 ejemplares cruzaban como un estampido la Pampa y el temblor del suelo que provocaban sus cascos se sentía kilómetros a la redonda. Muchas veces tropillas mansas que estaban siendo arreadas por criollos se les unían y desaparecían para siempre en la inmensidad a pesar del esfuerzo de sus dueños por retenerlas.
En la colina, los extranjeros acostumbrados al hecho de que en sus pagos tener un caballo era todo un lujo veían azorados como hasta los mendigos de la Gran Aldea andaban montados. Nuestra independencia no ubiera sido posible sin la indispensable participación de estos valientes animales. En 1902, Juan Zorrilla de San Martín hace esta emocionada declaración al referirse al heroico cruce de los Treinta y Tres Orientales: “Al encontrarse los Treinta y Tres en las playas de la agraciada con sus caballos, se abrazaron al pescuezo de los animales besándolos como si fueran sus queridas. ¡Oh! y lo eran, señores; eran mucho más que eso, los generosos animales tenían que ser una parte integrante de aquellos hombres porque ellos eran los centauros e la patria, que debían dominar como señores la extensión de nuestras sagradas colinas; porque ellos eran la libertad americana, la libertad a caballo”.
Andaluces de pura cepa, descendientes de la brava raza berberisca, los primeros especímenes llegaron a América el 24 de noviembre de 1493 y desembarcaron en la Isla la Española (hoy Haití) en el segundo viaje de Cristóbal Colón.
En febrero de 1516, dieciséis de estos animales demostraron que su presencia sería esencial para la conquista. Hernán Cortés y sus hombres cruzaron de La Habana a México y, a pesar de ser inferiores en número, vencieron a las huestes del Imperio Azteca que huyeron aterradas al vislumbrar hombres unidos a sus cabalgaduras como un solo y desconocido ser.
Pero no todos los caballos vivieron para ser homenajeados: algunos murieron en las batallas, y los indios, luego de descuartizarlos, ofrecieron las herraduras a los dioses.
En el Río de la Plata también hubo bajas. De los 76 caballos que llegaron en 1536 con la expedición de Pedro de Mendoza para la primera fundación de Buenos Aires, algunos tuvieron que ser devorados por los propios españoles que morían de hambre y el resto librados a su suerte cuando la expedición abandonaba el asentamiento. Y fue este último grupo el que conquistó los amplios horizontes pampeanos. Tiempo más tarde, a estos animales y su descendencia, se les sumaron los venidos con las corrientes colonizadoras desde Asunción, Perú y Chile. En pocos años, miles de caballos salvajes coparon las llanuras Argentinas. Manadas que superaban los 2000 ejemplares cruzaban como un estampido la Pampa y el temblor del suelo que provocaban sus cascos se sentía kilómetros a la redonda. Muchas veces tropillas mansas que estaban siendo arreadas por criollos se les unían y desaparecían para siempre en la inmensidad a pesar del esfuerzo de sus dueños por retenerlas.
En la colina, los extranjeros acostumbrados al hecho de que en sus pagos tener un caballo era todo un lujo veían azorados como hasta los mendigos de la Gran Aldea andaban montados. Nuestra independencia no ubiera sido posible sin la indispensable participación de estos valientes animales. En 1902, Juan Zorrilla de San Martín hace esta emocionada declaración al referirse al heroico cruce de los Treinta y Tres Orientales: “Al encontrarse los Treinta y Tres en las playas de la agraciada con sus caballos, se abrazaron al pescuezo de los animales besándolos como si fueran sus queridas. ¡Oh! y lo eran, señores; eran mucho más que eso, los generosos animales tenían que ser una parte integrante de aquellos hombres porque ellos eran los centauros e la patria, que debían dominar como señores la extensión de nuestras sagradas colinas; porque ellos eran la libertad americana, la libertad a caballo”.
junio 02, 2012
PA' QUE... WENCESLAO VARELA
PA'QUE (CANDILES)
Nací como los pumas en los pajales
... me crié campiando rumbos de loma en loma
y le robé los trinos a los zorzales
enredaos en cimbrones de las bordonas.
Las rosadas auroras de cada día
adornaron mis sueños desde muchacho
y escribí las primeras estrofas mías
a facón en el tronco de los lapachos.
Muy temprano por cierto me despertaron
los gritos de mandato de mi destino
y locas inquietudes que me tentaron
a pisar las culebras de los caminos.
Y enristrando mi pluma como una lanza
a corazón y brazo me abrí salida
y en el criollo incansable de mi esperanza
en busca de horizontes dientré en la vida.
Y en la vida,mis sueños dejé dispersos
a cambio de experiencias y de dolores,
dolores que en mi pecho se hicieron versos,
y versos que en mis labios se hicieron flores.
Y adorné mi guitarra con mis quereres
y la cinta sonora de su armonía
y libé en los pimpollos de las mujeres
pal camoatí sabroso de mi poesía.
He rendido a mis sueños caro tributo;
aura que nu'hay remedio lo he comprendido...
cultivé mi cerebro pa dar su fruto
y aprendí los caminos pa'andar perdido.
Aura que el desengaño corrió la venda
que apretaba mis ojos como una garra
veo sólo seis cuerdas como seis sendas
que me guían al fondo de mi guitarra.
Nací como los pumas en los pajales
... me crié campiando rumbos de loma en loma
y le robé los trinos a los zorzales
enredaos en cimbrones de las bordonas.
Las rosadas auroras de cada día
adornaron mis sueños desde muchacho
y escribí las primeras estrofas mías
a facón en el tronco de los lapachos.
Muy temprano por cierto me despertaron
los gritos de mandato de mi destino
y locas inquietudes que me tentaron
a pisar las culebras de los caminos.
Y enristrando mi pluma como una lanza
a corazón y brazo me abrí salida
y en el criollo incansable de mi esperanza
en busca de horizontes dientré en la vida.
Y en la vida,mis sueños dejé dispersos
a cambio de experiencias y de dolores,
dolores que en mi pecho se hicieron versos,
y versos que en mis labios se hicieron flores.
Y adorné mi guitarra con mis quereres
y la cinta sonora de su armonía
y libé en los pimpollos de las mujeres
pal camoatí sabroso de mi poesía.
He rendido a mis sueños caro tributo;
aura que nu'hay remedio lo he comprendido...
cultivé mi cerebro pa dar su fruto
y aprendí los caminos pa'andar perdido.
Aura que el desengaño corrió la venda
que apretaba mis ojos como una garra
veo sólo seis cuerdas como seis sendas
que me guían al fondo de mi guitarra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)